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Extracto del artículo publicado en el nº 116-117 de la Revista Ábaco

José Ignacio Fernández del Castro
Profesor de Filosofía
Consejo de Redacción de la revista Ábaco

Preludio para un continente expoliado

NOSTALGIAS EN TIERRA DE NADIE

«La historia mana de la boca de Jalti y yo la bebo con avidez. Así fue como conocí la moral y el sueño. Ví al justo y al malo, al poderoso y al débil, al astuto y al simple. Mi tía podía hacerme reír o llorar. […] Al oírla contar una historia, se notaba que se creía lo que decía. […] Cuando el desenlace era muy triste, nos íbamos a dormir con la misma impresión de angustia, y yo me arrimaba a ella, asustado. Ella tenía la cabeza llena de supersticiones. Muy pronto supe tanto como mi tía sobre los espectros, la mula o el pellejo de los muertos, el grito de los asesinados en el aniversario de su muerte y las procesiones de fantasmas que anuncian las epidemias. […] Mi imaginación aceptaba todo con placer. […] ¡Pagué con creces la alegría de oír los cuentos de Jalti, puesto que incluso ahora no he podido desprenderme de ciertos miedos! Por mucho que razono, nunca venceré esa especie de repulsión que siento ante un muerto. Nunca cruzaré de noche, sin alterarme, el gran cementerio de Tizi. El ulular de las aves nocturnas siempre me parecerá lúgubre y lleno de melancolía, por no decir de malos presagios. Estoy agradecido a Jalti, sin embargo, por haberme enseñado muy pronto a soñar, por haber creado para mí un mundo a mi medida, un país de quimeras en el que sólo yo puedo penetrar.»

Mouloud Feraoun
Tizi Hibel, Cabilia, actual Argelia, 8 de marzo de 1913 – Argel, 15 de marzo de 1962

Nadie nunca pondrá ante nosotros nada que nos marque cómo las historias vívidas desgranadas por nuestros más estimados ancestros ante nuestros oídos y ojos infantiles… Narraciones hermosas o tristes que, entre la risa y el llanto, el temor y la osadía, la angustia y el anhelo, edificaron nuestro sentido de la justicia y nos enseñaron a rebelarnos frente a la maldad, nos acercaron al concepto de poder mientras nos animaban a contenerlo en favor de los débiles, nos mostraron el valor de la astucia o el encanto de la simplicidad. Nos abrieron, en suma, la posibilidad de soñar, expandiendo nuestro mundo insuficiente hacia otros mundos posibles.

Y, además, lo hicieron con cariño, con la calidez tierna, que fuimos develando poco a poco llena de supersticiones, para asentar, desde su superación, los mejores aprendizajes.

Y, acaso, hoy seguimos sintiendo una punzada de melancolía cada vez que la vida nos sitúa ante uno de esos paisajes, ante una de esas situaciones que albergaban nuestros fantasmas infantiles.

Por desgracia, aquí y ahora, los fantasmas son mucho más peligrosos, manejan negros sobres secretos mientras, moviendo simplemente dinero de un sitio a otro, se enriquecen ellos y empobrecen a los pueblos… Y son de carne y hueso.

¿Cómo recuperar ante ellos ese sentido de la justicia que nos impulse a rebelarnos ante sus maldades, ese ánimo para contener con los débiles los desafueros del poder, esa astucia prudente que permita florecer lo simple?… ¿Cómo, en fin, restaurar los sueños rotos para pergeñar un cierto reequilibrio del bienestar en el mundo a partir de las mejores quimeras y la osadía para perseguirlas?…

EL TIEMPO DE ÁFRICA O EL EXILIO DE SÍ MISMA

«Pues en la ardiente costa de África he oído a un león hambriento proferir su doliente rugido.»

William Barnes Rhodes
Leeds, West Yorkshire, Inglaterra, 25 de diciembre de 1772 –Londres, 1 de noviembre de 18263

Hoy, aquí y ahora, los viejos leones africanos están por todo el mundo… Hartos del hambre y las miserias diversas que les impuso el colonialismo y les aumentó, entre el abandono desdeñoso y la avarienta explotación transnacional, el postcolonialismo, han decidido atravesar todos los mares para, si no prosperar y liberarse, sí, al menos, hacer presentes en las propias sociedades opulentas las condiciones de su condena y oprobio.

Y van mostrando su doliente rugido por las calles de los globalizadores como sombras globalizadas de un continente que no está ya sólo la deriva, sino en pleno exilio de sí mismo.

Pongamos un ejemplo vívido… Guinea Bissau, un pequeño país sin grandes recursos naturales que fuera colonia portuguesa, se vio agitado recientemente, en medio de la confusión y la silente indiferencia de la diplomacia y los medios de comunicación occidentales (incluyendo los de la vieja metrópoli lusa) por hechos belicosos: el ejército provocaría, en medio de la precariedad social sobrevenida tras un trienio, 2006-2008, de cierto crecimiento económico, un golpe de Estado (iniciado en la noche del 12 al 13 de Abril de 2012 con el arresto del Presidente Malam Bacai Sanhá) para derrocar al Primer Ministro Carlos Domingos Gomes Júnior, Cadongo, (del Partido Africano para la Independencia de Guinea y Cabo Verde) con el oscuro telón de fondo de la lucha por el control de la droga en uno de los principales puntos de entrada hacia Europa… Tras un mes con el país bajo control del General Mayor Mamadu Ture Kuruma, Manuel Serifo Nhamadjo sería nombrado Presidente en funciones, hasta las elecciones que proclamarían (el 23 de Junio de 2014) Presidente a José Mário Vaz (del propio PAIGC) que fue cambiando el Primer Ministro en funciones Rui Duarte de Barros en vertiginosa sucesión por Domingos Simões Pereira y Baciro Djá, hasta que, tras numerosas acusaciones y corruptelas, fuera nombrado, el 17 de septiembre de 2015, Carlos Correia con la impuesta misión de incorporar el país a un drástico y doloroso proceso económico de ajuste estructural… El signo de aquellos tiempos.

El contexto: de las nuevas (y más violentas) formas de colonialismo en África o el interesado fracaso de la descolonización formal

«Cuando salí de la cárcel ésa era mi misión: liberar tanto al oprimido como al opresor. Hay quien dice que ese objetivo ya ha sido alcanzado, pero sé que no es así. La verdad es que aún no somos libres; solo hemos logrado la libertad de ser libres, el derecho a no ser oprimidos. Ser libre no es simplemente desprenderse de las cadenas, sino vivir de un modo que respete y aumente la libertad de los demás.»

Nelson Rolihlahla Mandela
Mvezo, El Cabo, Unión de Sudáfrica, 18 de julio de 1918 Johannesburgo, Gauteng, Sudáfrica, 5 de diciembre de 2013

Multitud de hechos ponen de manifiesto que África es, aquí y ahora, el más palmario ejemplo de la insoportablemente injusta distribución de la riqueza en el planeta basada en actos históricos de salvaje dominio colonial sobre recursos naturales y humanos que se prolongan hoy, tras los procesos de descolonización formal, en un neocolonialismo económico desnudo y áspero, que, ejercido desde los fríos consejos de administración de grandes empresas transnacionales y los
intereses de las viejas metrópolis, se ahorra incluso el viejo paternalismo político de éstas…

¿Cuáles son los reflejos de esta situación?: la inmensa mayoría de la población africana (habitante de esos países «económicamente subdesarrollados y desarrollantes» del viejo colonialismo, el Sur del Sur) sufre la amenaza de enfermedades infecciosas (que frecuentemente adquieren proporciones de epidemia y amenazan con desatar pandemias globales) sin la posibilidad de paliarlas con medicamentos fácilmente accesibles para la minoría privilegiada del mundo rico (el llamado Norte o, más propiamente, los países «económicamente desarrollados y subdesarrollantes»); la inmensa mayoría de la población africana se ve envuelta en guerras y revueltas postcoloniales que, desde las ufanas y viejas metrópolis colonizadoras europeas, se califican, eludiendo toda responsabilidad en el asunto (y extendiendo un manto de silencio mediático en cuanto los conflictos se enquistan), de «tribales»; la inmensa mayoría de la población africana ve los recursos naturales que siempre han posibilitado su supervivencia (mediante la agricultura, la pesca, la caza, o la minería,…) diezmados por la explotación del neocolonialismo económico (hasta el punto, por ejemplo, de situar la extracción del coltán, indispensable para todos nuestros soportes tecnológicos de comunicación, en un territorio sumido en un conflicto de guerrillas diversas al servicio de las multinacionales tecnológicas y fuera del control del gobierno de la República Democrática del Congo, a la que pertenece) o inmovilizados por las políticas proteccionistas del Norte; la inmensa mayoría de la población africana sufre la opresión y la represión de gobiernos corruptos que actúan como más o menos dóciles testaferros de las viejas (o nuevas, como China) potencias coloniales, creando el caldo de cultivo de frustraciones personales y colectivas capaces de derivar (sobre todo cuando son manipuladas por concretos intereses de dominio) repliegues identitarios con frecuencia atávicos (con prácticas más o menos fundamentalistas que pueden llevar a la violencia terrorista); la inmensa mayoría de la población africana malvive (y malmuere prematuramente) en Estados malogrados, fruto del abandono vergonzante y vergonzoso de los viejos colonizadores que nos obliga a plantearnos una cuestión clave: ¿puede una Humanidad que quiera ser digna de tal nombre convivir con una situación en la que cualquier ser humano, si tiene la dudosa fortuna de nacer en África (un paraíso natural en tantos sentidos), ve sus expectativas de vida vinculadas al sufrimiento y la muerte temprana, víctima del paludismo, la tuberculosis o el SIDA, de una «guerra salvaje», de la explotación lacerante en sangrientas actividades extractivas, de corruptelas y arbitrariedades institucionales, o de la carencia de estructuras básicas de salud pública (desde el agua potable y el saneamiento a los medicamentos más elementales)?… Esa condena a una vida breve y pródiga en penurias se ve acrecentada por la codicia de los grandes poderes económicos transnacionales prestos al expolio de recursos naturales (desde el oro y los diamantes al moderno coltán, pasando por el petróleo, el gas, los fosfatos o las patentes sobre el patrimonio genético vegetal y animal o cualquier otro producto mercantilizable), y por las necesidades demográficas de mano de obra joven fuerte y barata de las sociedades económicamente desarrolladas (incluyendo también especialistas –médicos, por ejemplo formados a costa de los propios Estados africanos en hospitales universitarios de los países ricos)… África, en fin, la gran reserva natural y humana del planeta, origen de la propia especie, se ve así doblemente miserabilizada en el postcolonialismo, al sumar a los siglos de sometimiento colonial la privación ominosa de sus riquezas naturales y de sus mejores manos y cerebros (que ya ni siquiera se tienen que someter a la prueba del mercado de esclavos, pues su propio logro de la supervivencia hasta poder llegar al «mundo rico» y asentarse en él es la mejor garantía de sus capacidades).

¿Cómo podemos (como pueden las instituciones internacionales, los países poderosos, etc.) aceptar la inercia de esta «condena sin causa» que pesa sobre los más a costa de la ufana opulencia de los menos?… ¿Cómo puede tolerarse, por ejemplo, que los intereses económicos de las multinacionales farmacéuticas apuesten en serio por la investigación sólo con respecto a aquellas enfermedades que se extienden al «mundo rico»6 (incluyendo, sobre todo, las que se derivan, como proyección psicosomática, de la propia «violencia estructural del sistema capitalista de explotación y consumo»), preteriendo cualquier esfuerzo en la lucha contra las enfermedades erradicadas de los contextos socioeconómicos desarrollados (como la tuberculosis o la malaria)?… ¿Cómo pueden supuestos «líderes espirituales» invocar principios supramundanos para sostener la negativa a medidas profilácticas elementales en la lucha contra alguna de esas enfermedades?

El artículo completo está disponible en el número 116-117 de la Revista Ábaco.
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