Foto: LUIS MAGÁN
Artículo publicado en el nº 115 de la Revista Ábaco
José Manuel Torre Arca
Catedrático de francés jubilado. Universidad de Oviedo
Ha muerto una gran figura de las letras españolas, Premio Adonais, Premio Nacional «Calderón de la Barca», Premio Nacional de Literatura y Premio Planeta. Había nacido en pleno otoño pero se murió en plena primavera. Era cordobés y se llamaba Antonio. Su coquetería innata iba más allá del puño de plata de su bastón: dicen que se quitaba años; que decía haber nacido en 1936 pero que en realidad había venido al mundo unos meses antes de la proclamación de la II República. Se nos ha ido en uno de esos días que se han dado en llamar «la fiesta de la democracia»: un 28 de mayo en que se celebraban elecciones en más de media España. En media España llovía ese día a cántaros y en la otra media lucía el sol: siempre las dos Españas. Antonio se identificaba con la que lucha por la justicia y no con la que se aferra a sus privilegios, aunque a veces su lucidez le llevara al pesimismo.
Sus obras de teatro lo situaron en la cumbre de la literatura en español durante muchos años.
Y él representaba su propio papel cuando lo entrevistaban en la radio o en la tele: había creado una figura, un personaje, un hombre serio que parecía querer desmentir el tópico de lo andaluz, a pesar de su acento cordobés.
Es difícil decir cuál de sus obras es la mejor o tuvo más éxito de público o de crítica; en una elección personal y discutible yo diría que Samarkanda o Petra Regalada entre las de teatro, pero eso implicaría dejar en un segundo plano Los verdes campos del Edén y Las cítaras colgadas de los árboles y Anillos para una dama y La vieja señorita del Paraíso y … y …, lo cual no sería justo. Como tampoco sería justo silenciar sus series televisivas Si las piedras hablaran y Paisaje con figuras. O no mencionar, aunque sea de paso, su novela El manuscrito carmesí, Premio Planeta 1990, o sus artículos en El País Semanal, reunidos después en Charlas con Troylo, En propia mano, Cuaderno de la Dama de Otoño, Dedicado a Tobías y La soledad sonora. En fin, cómo no hablar de sus libros de poemas Enemigo íntimo, Premio Adonais 1960, con el que inicia su carrera literaria, o los 11 sonetos de la Zubia.
Antonio Gala ha sido sobre todo un gran poeta, no sólo por la calidad de sus poemas, sino por la belleza de su prosa y lo poético de sus diálogos. Pero también fue hombre de ideas que supo calar en lo más hondo de la vida española a través del tiempo; como decía Pedro Laín Entralgo en el breve Prólogo que escribió para la edición de Paisaje con figuras:
«(…) del paisaje a que se refiere el título de este libro, el que (…) forman los hechos y las tierras de España, son partes integrales la persona de Antonio Gala, su creador, (y) cada una de las vidas que (…) dan figura y sentido (…) al paisaje común (…): esta tierra, este mar y este drama que solemos llamar España»
Hemos perdido, pues, a uno de los escritores más sobresalientes de la literatura española contemporánea.
Quisiera, para terminar, dedicar esta nota necrológica a la memoria de una gran profesora asturiana, Carmen Díaz Castañón, filóloga y escritora brillante, a quien Antonio Gala distinguió con su aprecio y su confianza, hasta el punto de hacerse acompañar por ella en alguno de sus viajes, concretamente a Méjico, y de considerarla como una crítica literaria particular cuyas opiniones él tenía siempre en cuenta porque Carmen había sabido penetrar profundamente en las obras de Antonio con sus agudos análisis, tanto literarios como lingüísticos.
Carmen D. Castañón realizó un estudio de setenta páginas de la Trilogía de la Libertad de Gala (Petra Regalada, La vieja señorita del Paraíso y El cementerio de los pájaros) publicado como Estudio Preliminar en la edición de Selecciones Austral (1983). Escribió y publicó también un Prólogo de más de veinte páginas para la edición de Samarkanda y El hotelito de Colección Austral (1993). Pero ante todo fue la editora de esa magnífica selección de los textos más poéticos y más emotivos de Gala sobre el Amor, El águila bicéfala, publicada por Espasa-Calpe (1993), con una Introducción de treinta páginas de la propia Carmen en la que analizaba breve pero agudamente cada una de las obras de Gala de las que ella había entresacado esos textos verdaderamente antológicos, veintisiete obras que van desde Enemigo íntimo (1960) hasta La pasión turca (1993), pasando por La deshora, Noviembre y un poco de hierba, Los buenos días perdidos, ¿Por qué corres, Ulises?, Testamento andaluz, Séneca o el beneficio de la duda, Carmen, Carmen, La Truhana y todas las que ya he citado anteriormente. Permítaseme pues, al evocar la extensa obra del gran escritor cordobés, rendir este sencillo homenaje a la profesora asturiana que gozó de su estima y su afecto, y que fue sin duda la más profunda conocedora de su obra.