Reseña publicada en el nº 115 de la Revista Ábaco
Fulgencio Argüelles
Editorial Acantilado
(Barcelona, 2022) ISBN-978-84-19036-16-2
13 x 21 cm, 224 páginas. 18 €Reseña por José Parejo Mota
Profesor de filosofía
La memoria es futuro
(E. Lledó)
Dice Borges en el prólogo a Pedro Páramo, el libro de Juan Rulfo, que sentía mayor orgullo de lo que leía que de lo que escribía. Algo de esto he sentido al leer esta novela. Creo, sinceramente, que esta es la mejor novela de Fulgencio Argüelles, tanto en el fondo, como en la forma, como se decía antes.
La obra de este autor es sólida, sólida y profundamente coherente, además, esta completada por una bella envoltura: «No solo hay que tener una historia. Hay que envolverla bien».
En la plena madurez de su escritura se añaden otras «gracias», como lo prismática y abundantes niveles que tiene. El maestro Luis Mateo Diez señaló, hace poco, que es una obra con un estilo suyo, de una clara identidad, firma propia, esto no es nada fácil de conseguir.
Trata a los lectores como inteligentes, nos exige una lectura atenta y al pensar. Ahí es nada.
Fulgencio Argüelles nos trae esta «Noche de lunas rotas». Es auténtica y veraz, esta cuidada con esa delicadeza que le caracteriza al manejar las palabras. Todos sabemos que no es nada fácil hacerlo sencillo y, además, bello.
En esta historia volvemos a Peñafonte, esa aldea asturiana, territorio imaginario, muy local(izado) y a la vez muy universal(izado) que ha creado Fulgencio Argüelles, en la estela de otros como Faulkner, Rulfo, García Márquez, nada menos. Creo sinceramente que esta novela recoge, sintetiza y culmina, esplendida triada, «El palacio azul de los ingenieros belgas» y «No encuentro mi cara en el espejo».
Esta novela sorprende desde el principio y envuelve hasta el final. Para empezar el narrador no aparece. Rulfo había dicho, de algunos de sus cuentos, que, satisfecho, había logrado que el narrador desapareciere. En esta novela asistimos a diálogos. Los personajes nos envuelven en los hechos dialogando. Está claro lo importante que es la tradición oral para el escritor y el profundo respeto ético que tiene por el diálogo, no solo para escribir. Estamos ante una tragedia en los años cuarenta de nuestra postguerra, en Peñafonte y lo que pasa allí, que pasan muchas y apasionantes cosas, es universal en el espacio y el tiempo (como las tragedias griegas).
Los personajes, nada planos, son claros, contradictorios, misteriosos, es decir como otros seres humanos cualquiera. Sus pasiones, secretos, acciones nos van llegando con voces muy veraces. Un mundo que contiene otros mundos y consigue que esos personajes sean de este mundo y nosotros estemos en él y viéndonos en ellos.
Fulgencio Argüelles escribe desde su aldea de Cenera, donde vive, lejos de aglomeraciones, focos y espectáculos literarios comerciales y otras distracciones, tan en boga en este mercado nuestro de cada día. Es un escritor periférico. Y lo digo como halago. Mateo Diez, Llamazares, el mismo Fulgencio, a veces hablan de «escritores de la tierra». Las voces antiguas, la naturaleza, el clima, el pasado, también son protagonistas de esta historia. Nada raro en toda la obra de este autor.
Un guerrillero que toca el violín, una familia, una aldea entera, que vive una gran tragedia, en un mundo lleno de ellas, de culpas, arrepentimientos, venganzas y desesperación. También de ilusiones, de luchas por vivir y amar, como una salida vital o como esa boda que se va a celebrar, nunca mejor dicho.
En la presentación de este libro, comentamos como toda la obra de Fulgencio Argüelles se me figuraba una espiral y un triángulo. Una espiral porque, según leemos, vamos entrando en una espiral de intensidad, de los sentires humanos. El triángulo es la forma en que enlaza lo subjetivo, lo psicológico con lo coral, lo que es colectivo y social, y ambos ángulos, con el ángulo de lo universal. En una frase breve: de la aldea, de lo cotidiano, a la tragedia griega.
También aporta esta obra una línea clara de escritura ética, un precioso impulso, muy del autor a «la configuración de la memoria colectiva,». Subrayado colectivo, añadió Fulgencio Argüelles. Despliega una escritura bella, más estilizada que nunca, que nos motiva a conocer(nos) y comprender(nos). Y, como diría mi admirado F. Kafka, a consolar(nos).
A cicatrizar heridas. Nada menos. En otra ocasión, que hace al caso, cité, al profesor Emilio Lledó: «La memoria es futuro», no solo porque si no tenemos memoria no sabemos quiénes somos. Y tampoco podemos proyectar quienes queremos ser.
Si la leen, y les ruego con interés que lo hagan, van a disfrutar, y emocionarse, con un bello e intenso paseo por las palabras y la vida.
«Explorar al máximo esta maravillosa lengua que tenemos, de posibilidades y palabras hermosas. Eso es la Literatura»