Reseña publicada en el nº 112-113 de la Revista Ábaco
Fernando Miguel Pérez Herranz
Ediciones Eikasia
Oviedo, 2022
ISBN 978-8415203605Reseña por Silverio Sánchez Corredera
Hace dos años, en 2020, aparece La cuestión vasca, dos miradas: Joseba Azkarraga y Javier Sádaba, de María del Olmo Ibáñez. Ella, directora del Archivo Histórico de Alicante, mantiene buena amistad con Fernando Miguel Pérez Herranz, a quien invita para que le haga una reseña. Fernando Miguel, filósofo, lee el libro de María, doctora en Filosofía e historiadora. Las tesis que se defienden en el libro, donde entrecruzan sus ideas el famoso filósofo de Portugalete (Sádaba) y el político de Eusko Alkartasuna (Azkarraga), no son admisibles para el autor de Lindos y tornadizos (2016). De este modo, lo que habría podido ser una reseña positiva (aunque crítica) se convierte en un libro de controversia, porque el valor del nacionalismo vasco queda absolutamente en entredicho.
Pero la disputa, en el libro de FMPH, no se plantea ideológicamente, sino desde la ontología. ¿Qué implica cambiar de plano: de lo ideológico a lo filosófico?
El fondo y la forma de Cuatro cuadros y cuatro contrastes. En torno a la cuestión vasca (septiembre de 2022) están escritos con sensibilidad exquisita. Se huye de argumentos ad hominem o de batallas ideológicas, y discurre en las antípodas de cualquier descalificación personal. Pero el respeto democrático a las ideas del contrario no resta contundencia y rigor a las posiciones que entran en liza.
Las opiniones de los dos nacionalistas (y las de Del Olmo, que se alinea con ellos) podrían ser asumidas, aparentemente, al tener en cuenta que no se defiende un nacionalismo cualquiera, sino solo uno no violento (no dispuesto al asesinato). Pero no se trata solo de dar cabida legítima a una idea partidaria (moral) que pudiera tener su sentido para un grupo determinado. Se trata de establecer si el nacionalismo puede ser un criterio legítimo (o no) de carácter superior (histórico-ontológico) para dirimir los distintos intereses y aspiraciones en el seno de una sociedad dada: la española.
La posición de Pérez Herranz es meridianamente clara y la expresa en una tesis contundente: «el nacionalismo siempre es perverso». Pero esta tesis no obedece a ninguna veleidad, es más bien una forma de decir en cinco palabras lo que se desprende de los múltiples sondeos en los crudos hechos históricos. Aunque no solo es una cuestión de historia, porque además hay que establecer qué filosofía de la historia y qué principios ontológicos se sostienen. Nuestro filósofo español entiende las relaciones humanas (las relaciones político-morales filtradas por la ética) de manera frontal al ideario del nacionalismo (sea el periférico o el central), y, muy en concreto, del vasco, que se estudia con toda minucia y todo rigor, de la mano de historiadores como Caro Baroja, Juaristi, Otazu, Azurmendi, Aranzadi, García de Cortázar, Díaz de Durana o Martínez Gorriarán.
Frente a la justificación de los etarras, que no admiten haber asesinado, sino solo haber matado por necesidad histórica, al defender a «un pueblo que nunca ha sido vencido ni por romanos, ni por visigodos, ni por árabes y que es muy diferente al de los españoles», Fernando Miguel profundiza en la complejidad del asunto, que no es otra que decidir racionalmente si ETA nació inscrita en motivos antifranquistas o más bien a imitación de los movimientos de descolonización del siglo XX (¿pero encaja el País Vasco en la descolonización?), decidir si el voluntarismo independentista existió anteriormente a la ideología de Sabino Arana (quien soñó con un país étnicamente puro bajo el principio supremo de la catolicidad), explicar en qué términos la monarquía castellana y los Augsburgo concedieron privilegios sucesivamente a las provincias vascongadas (hasta llegar a la hidalguía universal), y explicar si fueron las ferrerías vascas, el monopolio del comercio industrial, el acceso a los puestos de funcionario del estado (secretarios, escribanos, burócratas) —que la expulsión de los moriscos iba dejando vacante—…, y razones de este tipo, o si fue, al contrario, la existencia de un pueblo que hundiría sus raíces en ser descendientes directos de un nieto de Noé, venido a Hispania, y poseer una de las lenguas, el euskera, que Dios dio directamente a la especie humana.
Afrontar con seriedad y exhaustividad todo este complejo problema, lleva a Pérez Herranz a mostrar que los mismos hechos caen por su propio peso en su lugar y, prácticamente, apenas si hay que tomar partido. Con todo, hay que dejarlo claro, toma partido no por los lindos (los puros, los superiores, los cristianos viejos) sino por los tornadizos: por el ser humano que se sabe cruzado por mil etnias y que se reconoce en la mezcla de infinidad de acontecimientos y singularidades históricas.