FOTO: El escritor y premio Nobel de literatura portugués, José Saramago (Fundación José Saramago). LICENCIA: CC BY NC SA 2.0.

Extracto del artículo publicado en el nº 123 de la Revista Ábaco

Antonio Gutiérrez Pozo
Catedrático de Universidad del Área de Estética
Universidad de Sevilla (España)

Pensamiento, lengua materna y verdad

Este título, pensar en español, puede entenderse como una orden por cumplir. Hay que pensar en español. Pero los que tenemos el español como lengua materna, ¿Podemos acaso pensar de otro modo que no sea en español? ¿Estamos ya determinados a pensar en español o es algo que podemos hacer a voluntad? Ese rótulo nos convoca a meditar sobre la relación entre la lengua y el pensar entendido en sentido radical o filosófico. Conscientes de la enorme dificultad de distinguir “la naturaleza de la actuación de la lengua sobre el pensar” (HUMBOLDT, 1991: 61), defendemos que no podemos pensar ex nihilo. El pensamiento no es una mirada pura sobre lo real, sino que está ya preformado desde unos prejuicios, especialmente desde el lenguaje. No existe un pensar prelingüístico que luego se vale de una lengua para expresarse. Solo hay pensar lingüistizado. “Pensamos con palabras” (GADAMER, 1994: 195). La lengua entonces no es simple herramienta que un pensamiento ya elaborado usa, sino que ya es pensamiento primario. El lenguaje es “un órgano del entendimiento” (HERDER, 1982: 165) que piensa antepredicativamente. En palabras de Unamuno (1980: 257), “una lengua es una filosofía potencial”. El pensamiento está determinado por la lengua, es decir, por cada lengua concreta, incluida la española.

Eduardo Nicol advierte que hablar de física o matemática españolas es hablar de las aportaciones científicas que han hecho los españoles, y no de ‘física en español’, porque no hay tal, porque “la ciencia no tiene peculiaridades típicas”, igual que la filosofía carece de “couleur locale” (NICOL, 1961: 2169). La ciencia, la filosofía y la verdad, “indiferentes respecto de las peculiaridades locales”, son universales, “no tienen patria”, de manera que no existiría un modo español de pensar (NICOL, 1961: 96-141). Ahora bien, una vez aclarado que una cosa es pensar en España o Hispanoamérica y otra ‘pensar en español’, afirmamos la existencia de un ‘pensar español’ entendido no simplemente como pensamiento que usa la lengua española, sino como ‘pensar en español’, un pensar constituido desde la lengua española como forma mentis, con un estilo propio. Aquí usaremos de hecho indistintamente esas dos expresiones.

Existen dos modos de entender la leyenda ‘pensar en español’. Si el español es nuestra lengua materna puede decirse que pensamos en español de forma inconsciente e irreflexiva. Preconceptualmente pensamos en español, sin elección, porque “se piensa en la lengua que se habla” (MATE, 2021: 17). Para los hispanohablantes, es un destino este pensar -involuntario y prediscursivo- en español. Pero hay otra manera de entender aquel título. En rigor, pensar en español es hacerlo consciente y reflexivamente, apropiándose con inteligencia de esa lengua para transformarla en pensamiento conceptual en español. Cada gran pensador en español ha realizado esta tarea de un modo, aunque el tono del pensar en español lo da aquel pensar primario que está alojado en la lengua española y que, con ella, deviene históricamente. El destino circunstancial de tener el español como lengua materna ni se elige, ni nos determina absolutamente. La lengua española es algo que nos ha sido dado -destinado- a los hispanohablantes para asumirla y pensar creativa y discursivamente luchando con ella. En esta apropiación pensante del español radica la libertad del hispanohablante frente al destino lingüístico que le ha sido enviado. Podemos pensar en español apoderándonos y reconstruyendo –en español– toda tesis radical filosófica solo porque “hay una potencia estilístico/ expresiva, genuinamente española, capaz de generar matices, perspectivas propias en el orden del pensamiento” (CEREZO, 2012: 21), porque hay un pensar español originario prerreflexivo en la lengua española.

Ni pensar en español –ni en ninguna otra lengua– es ‘el’ camino para acceder a la verdad, ni tampoco un obstáculo que nos impide encontrarla. Afirmar lo contrario da a entender que hay lenguas que rigurosamente son de pensamiento frente a otras que no lo son. Así, Heidegger (2001: 59) considera que “la lengua griega (en cuanto a las posibilidades del pensamiento) es, al lado de la alemana, la más poderosa y espiritual”. El griego y el alemán serían las únicas lenguas propiamente filosóficas. Este mito de la supremacía metafísica de la cultura y lengua nórdicas ya fue sostenido por Hegel, para quien solo el pensar germánico, en menoscabo del sureño o mediterráneo, tenía el privilegio de acceder a lo verdadero: “El espíritu del mundo germánico es el espíritu del mundo moderno, cuyo fin es la realización de la verdad absoluta” (HEGEL, 1999: 571).

Debido a que la “profundidad en la mirada, ser capaces de tocar la lejanía infinita, la profundidad insondable (…) y el odio a las palabras vacías que ensalza el espíritu mediterráneo”, son “cualidades del alma nórdica”, Löwith (1992: 74) ha insistido en que “la metafísica es exclusivamente una posibilidad nórdica”. Esta tesis de que la lengua española -por mediterránea- no es apta para el pensar filosófico ha recibido una inesperada ratificación dentro de la cultura española. A veces, todavía sigue sorprendiendo espontánea e injustamente que un hispanohablante haga filosofía, algo que no sucede en otras lenguas europeas. Suponemos irreflexivamente que el pensar alemán, francés o inglés no son particulares, sino europeos, universales y objetivos, mientras que asumimos que el pensar español no es europeo ni universal, solo particular. Pero tan europeos y universales como Wittgenstein o Kant son Ortega y Unamuno.

Cuando Unamuno (1980: 256) abriga la convicción de que “nuestra filosofía, la filosofía española, está líquida y difusa en nuestra literatura”, está alentando la tesis de que la lengua española es literariamente idónea, pero incapaz para el pensar radical. Zambrano (1982: 102) asegura que “nuestro pensamiento no se ha expresado en las mismas formas que en el resto de Europa”, y que “no ha existido filosofía en España, al menos en la forma usual”. Parafraseando a Menéndez Pelayo, añade que, “a pesar de haber existido filósofos, no ha existido filosofía en España” (ZAMBRANO, 1982: 100). También Aranguren (1996: 344) desacredita el español como lengua filosófica: “El lugar en que se ha de buscar y se encuentra la filosofía española no es el tratado de filosofía sino la literatura”. García Bacca (1970: 29) insiste en que el español “sabe hablar literariamente de todo –menos filosóficamente de filosofía”. No se podría pensar filosófica y científicamente en español, que no sería lengua de pensamiento.

Esta manera negativa de entender el pensamiento en español se opone a otra exageradamente positiva. Ambas se deben a dos tendencias que, en diferente medida aunque igualmente perniciosas e inadmisibles, han gobernado y gobiernan en gran parte nuestra actitud hacia nuestra propia cultura. Por un lado, el elogio de lo español en detrimento de lo extranjero: Noli foras ire, in interiore Hispaniae habitat veritas de (GANIVET, 1977: 124). Por otro, la desconsideración de todo lo producido en español y, al tiempo, el prestigio de lo forastero. Feijoo apreció estos extremos igualmente reprensibles en los españoles acerca de “las cosas nacionales”, pues “unos las engrandecen hasta el cielo; otros las abaten hasta el abismo”, de modo que “aquellos, que ni con el trato de los extranjeros, ni con la lectura de los libros, espaciaron su espíritu fuera del recinto de su patria, juzgan que cuanto hay de bueno en el mundo está encerrado en ella”, mientras que “los que han peregrinado por varias tierras, o sin salir de la suya, comerciado con extranjeros (…) inclinados a lenguas y noticias, todas las cosas de otras naciones miran con admiración, las de la nuestra con desdén” (FEIJOO, 1968: 211 y ss.). Esta actitud predominante ha logrado crear una imagen insolvente y desoladora de la cultura en español. Machado (1986: 122) anotó que una de las virtudes de los españoles era “la de ser muy severos para juzgarnos a nosotros mismos, y bastante indulgentes para juzgar a nuestros vecinos”. En el mundo académico se cita poco lo español, casi parece un desdoro, mientras que la lengua inglesa se impone como única forma adecuada de entrar en la filosofía. Se dan charlas e incluso asignaturas en inglés a un público exclusivamente hispanohablante. Se usa el inglés -se dice- como medio para facilitar una comunicación global y establecer una “comunidad universal de filosofía” (MATE, 2021:15).

Pero realmente, más que mero instrumento para remitir mensajes, el inglés se presenta en esta globalización filosófica como una visión del mundo, un modo de pensamiento. Contra esta tendencia, Villoro (2000: 112) llega a sostener que el filósofo hispanohablante, “en lugar de inmiscuirse en un diálogo al que no ha sido invitado, en una lengua prestada que le viene estrecha”, debe “contribuir a crear en su propia lengua un nuevo género de discurso”.

Sin embargo, nosotros creemos que, por supuesto, un pensador en español puede intervenir en ese diálogo, y exitosamente. Lo que proponemos es que existe además un pensar en español que merece la pena cultivar siguiendo el curso histórico de sus experiencias filosóficas. Nuestra cultura hispánica ni es la verdad ni es una ruina. No hay que enaltecerla ni condenarla. Es una perspectiva que hay que conocer, especialmente por los que hablamos en español, porque, queramos o no, nos constituye, pero sobre todo porque representa una voz que compone la objetividad. El español es también una lengua filosófica: “Es imposible hablar en español sin filosofar” (BUENO, 2003: 45). Su riqueza semántica abre una dimensión verdadera de la realidad. Fundado en aquella potencia expresiva de la lengua española capaz de desvelar horizontes objetivos de significado, hay un valioso estilo de pensamiento conceptual en español, valioso no por ser español, sino porque -sin abandonar su particularidad- es válido para todos. El pensar en español es un modo del pensar que permite el descubrimiento de aspectos de lo real objetivamente válidos que, sin él, quedarían ocultos. Pensar en español, o en cualquier otra lengua materna, ser fiel a la propia perspectiva, lejos de negar el acceso a la verdad universal, es el único modo de alcanzarla. Se hace urgente hoy defender la peculiaridad del pensar en cada lengua materna, porque será terrorífico que todos pensemos igual cuando piense por nosotros -en cualquier lengua- la IA.

Rasgos del pensamiento español

Contra el “remordimiento histórico” que ha reprimido la “vocación del sur” (SARAMAGO, 1998: 51), y contra el tópico de que solo lo nórdico representa la filosofía rigurosa, mientras que el sur encarna lo retórico, reivindicamos el estilo del pensar reflexivo en español como un modo legítimo de aproximarse a las cosas, síntoma de aquel pensar primario y preconceptual de la cultura hispánica alojado fundamentalmente en la lengua española. Ni uno ni otro son esencias atemporales, modos de pensar inmutables y eternos.

Sometidos a mudanza, como todo lo humano, resultan de la acumulación de experiencias históricas que se manifiestan en la lengua española. En rigor, no hay un pensar en español, pero sí hay un estilo mental hispánico con unos rasgos característicos. Dicho estilo ha dejado sus huellas progresivamente en las experiencias esenciales del pensamiento reflexivo en español, en las cuales, y sobre todo en las más cercanas por ser resultado de la historia, podemos descubrir aquel estilo en devenir. Creemos que el pensar orteguiano recoge y condensa gran parte del tono del pensamiento español, y puede valernos de hilo conductor para aproximarnos al mismo, evitando el exagerado orteguismo defendido por María Zambrano y García Bacca. La primera advierte que Ortega podía haber continuado la filosofía neokantiana que aprendió en Marburgo y hubiera sido “filósofo en España, mas no el filósofo de España” (ZAMBRANO, 1982: 116). El segundo afirma, recogiendo la conocida tesis de Ortega sobre Cervantes, que “si supiera con evidencia en qué consiste el estilo de Ortega, la manera orteguiana de acercarse a las cosas, tendríamos lograda la filosofía española”, pues “hasta Ortega no se ha filosofado en español, sino en extranjero” (GARCÍA BACCA, 1956: 27). Ortega (1983a: 347) asegura que su obra es deliberadamente circunstancial, o sea, que no solo está hecha al filo mismo del mundo vital español como meditación sobre él, sino que, además y principalmente, la circunstancia española configura su filosofía porque está hecha conscientemente en la confrontación con ella. La vida hispánica es su texto, y su pensamiento el comentario de ese texto.

El artículo completo está disponible en el número 123 de la Revista Ábaco.
Pincha en el botón inferior para adquirir la revista.