➔ Reseña publicada en el nº 124 de la Revista Ábaco
Una filosofía para sobrevivir en el siglo XXI. Yo no soy un youtuber y usted no sabe nada sobre mi
Jesús G. Maestro
Harper Collins
Para quien se conforma con sobrevivir
Antes de nada tengo que confesar lo bien que me cae Jesús G. Maestro, yo soy uno de los 139.000 seguidores que tiene en YouTube, aunque realmente ignoro si es gracias a su persona o por culpa de su personaje. Lo primero que me llamó la atención de este profesor gijonés es esa misteriosa y elegante forma de matar al padre, resumida en una G con un punto, quizás receloso de que su progenitor disfrute el néctar del éxito de su hijo, o tal vez prefiriendo, por una cuestión de mercado, el apellido de la madre, auto-explicativo de su digna profesión universitaria. Este escribiente también tiene alguna experiencia en el peso de un apellido, por el que el mismo autor me preguntó en el breve parlamento que compartimos. Mi experiencia reza que cuanto más insiste un personaje público en despreciar la opinión ajena, más le importa esta, igual que en décadas más contraculturales me resultaban sospechosos los individuos que preconizaban el viaje a Oriente para destruir el ego, haciéndome pensar que su ego debía ser descomunal si precisaban ir tan lejos para destruirlo. El profesor Maestro, por mucho que lo niegue, es un sofista, su trabajo es tener razón y con un sofista con su fondo de armario y astucia a lo más que uno puede aspirar es a firmar tablas y con mucha suerte. Su libro empieza negando algo que nadie le ha preguntado, una forma subconsciente de afirmación: «Yo no soy un youtuber y usted no sabe nada de mí»… pues permítame que le diga que usted es un youtuber muy extraño, con más de 1700 videos en la red y que por muy buen actor que usted sea algo habrán dejado atisbar de su personalidad. Su magnífico libro está lleno de sentencias que merecerían el mármol, no el humilde papel en el que se recogen, a veces insiste en las mismas frases que se espigan a lo largo de los capítulos como una salmodia teísta contra el idealismo, como si la creencia en mundos sutiles no fuera tan buen sostén para el espíritu como el más acerado de los racionalismos. Su imagen ya nos introduce en la creencia de que estamos delante de una criatura del Siglo de Oro, con la mano en el pecho, aunque no roce la víscera cardial y un rictus hirsuto al que solo le falta la gola. La naturaleza destructiva de sus argumentos se convierte en tibieza cuando se trata de escoger a quienes le acompañan en sus presentaciones y charlas, escogidos meticulosamente entre los menos preparados y más titubeantes, trasluciendo que a la vez que desprecia a quienes le puedan llevar la contraria teme sus críticas, como la que se le podría hacer por negar la existencia de utopías literarias en lengua española, olvidando la «Sinapia» de Campomanes, la «República Literaria» de Diego de Saavedra Fajardo, o ya en el siglo pasado el «Viaje a la Luna» de Enrique Gaspar. Para el sr. Maestro El Quijote es autosuficiente, como para otros lo sería el «Corán» o la «Biblia». Si filosofar es imaginar realidades ilusorias y esta actividad es solo un placebo para huir de la realidad, bendita escapada.
