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Extracto del artículo publicado en el nº 123 de la Revista Ábaco

Jorge Linares Salgado
Profesor Titular de la Facultad de Filosofía y Letras
Universidad Nacional Autónoma de México (México)

En Ibero-América la filosofía se ha desarrollado prácticamente en todos los campos de saber, y ha emprendido estudios sobre obras y autores clásicos, desde los antiguos griegos hasta los filósofos contemporáneos. No obstante, destaca la filosofía ibero-americana de la técnica por su originalidad, carácter pionero y visión crítica del mundo tecnológico y tecnocientífico. De hecho, el primer ensayo filosófico del siglo XX sobre la técnica se lo debemos a José Ortega y Gasset. Su Meditación de la técnica (1933) es el tratado fundacional de las reflexiones contemporáneas sobre la técnica como fenómeno que determina el destino de toda la humanidad. Ortega predijo que la técnica sería el tema filosófico más trascendente para el siglo XX. No se equivocaba; sin embargo, dicho problema no predominó en las escuelas filosóficas europeas y norteamericanas, estuvo presente más bien de manera marginal, excepto en la tradición germánica. No obstante, quienes se formaron en el mundo ibero-americano en la filosofía de la ciencia abordaron los temas torales de la técnica moderna, tal fue el caso de García Bacca o de Eduardo Nicol, así como de diversos filósofos contemporáneos como Javier Echeverría o León Olivé.

La filosofía ibero-americana de la técnica ha analizado, primordialmente, sus fundamentos epistémicos, su vinculación con las ciencias, sus contextos histórico-culturales de desarrollo y evaluación, su relación con la política, el poder militar y la guerra. También ha estudiado sus implicaciones sociales y ambientales, sus riesgos y consecuencias negativas por la intervención en la naturaleza, la transformación biotecnológica del cuerpo humano o de las capacidades cognitivas humanas; asimismo, ha analizado las controversias y conflictos de valores ético-políticos, pero también estéticos, económicos, políticos, culturales y religiosos alrededor del fenómeno de la técnica como determinante del desarrollo histórico.

La influencia del señero ensayo de Ortega y Gasset fue decisiva para la conformación de una tradición filosófica ibero-americana plasmada en las obras de los filósofos del exilo español en México y en América: José Gaos, Juan David García Bacca, Eduardo Nicol y Adolfo Sánchez Vázquez. Ortega estableció las bases sobre las que se formularon posteriores reflexiones en torno al desarrollo científico-tecnológico y, ante todo, delineó la crítica al poder de la técnica que rige y determina la vida social, no solo en los ámbitos económicos y políticos, sino también en lo ético, antropológico y sociológico. Ortega y Gasset fue de los primeros pensadores que señaló, además del carácter esencial de la técnica como lucha constante contra las determinaciones de la naturaleza, el peligro mayor de una alienación de la sociedad. También advirtió sobre el decaimiento del carácter proyectivo de la civilización occidental, así como el declive de las potencialidades de la inteligencia humana.

Si bien Ortega tenía una concepción ambivalente sobre la técnica moderna, consideraba que la técnica es la “reforma” que el ser humano impone a la naturaleza para rebelarse contra las necesidades, postergando su satisfacción mediante la planeación y despliegue de capacidades técnicas. Empero, Ortega señaló que el extendido poder de la técnica moderna ha convertido a los individuos contemporáneos en “salvajes” en un mundo civilizado; los ha vuelto dependientes de todos los sistemas técnicos que no comprenden, pues desconocen su construcción y funcionamiento y, por ende, son incapaces de su reorientación. Así, por ejemplo, no entendemos cómo funcionan los automóviles o cómo procesa información y genera discursos coherentes la inteligencia artificial. Creemos que son simples herramientas a nuestra disposición, pero nos vemos sometidos a sus implicaciones ambientales, laborales, cognitivas. La principal consecuencia negativa de esta dependencia técnica que anticipaba Ortega es que las sociedades contemporáneas perderían su habilidad para proyectar un auténtico “programa de vida humana”, una idea de civilización con carácter propio que recuperara la facultad autopoyética de la historia humana, temas que ya había abordado en La rebelión de las masas (1929).

La visión de Ortega, si bien no es del todo negativa, anunciaba en la época de entreguerras mundiales la decadencia de la civilización occidental merced a sus propios logros tecnológicos. Ortega fue profético en señalar que la técnica no puede guiarse sola, porque no es una racionalidad independiente y, sobre todo, porque no es capaz de construir una idea cabal de vida humana, un “proyecto vital” para una civilización. Así, por ejemplo, la inteligencia artificial puede reemplazar en lo futuro a los humanos en muchas tareas cognitivas, pero no es capaz de solucionar nuestros principales problemas ni decidir qué rumbo debe tomar la civilización contemporánea. La técnica requiere, pues, de un proyecto humano, humanizador del poder de acción y transformación material, que sea apto para guiarla y contenerla.

La filosofía ibero-americana de la técnica se desplegó durante la segunda mitad del siglo XX en paralelo con la francesa (principalmente Jacques Ellul y Gilbert Simondon) y la alemana (Martin Heidegger, Ernst Jünger, Günther Anders, Hans Jonas y Max Horkheimer), pero sin seguir directamente sus planteamientos. En el mundo anglosajón, particularmente en los EE.UU., habían figurado las reflexiones del antropólogo Lewis Mumford y, hacia el último cuarto del siglo XX, destacaron las obras de Don Ihde, Langdon Winner o Carl Mitcham; aunque serán las obras de Jacques Ellul y de Ivan Illich, así como la teoría crítica de Herbert Marcuse, las que marcarán en Norteamérica la pauta de una filosofía contracultural sobre el mundo tecnológico, en plena era de las revueltas y movimientos sociopolíticos de los años sesenta y setenta, que intentaron superar el dominio tecnoeconómico mediante el retorno a una vida natural, el ecologismo radical que pugnaba por desmantelar el mundo tecnológico, la revuelta juvenil contra los regímenes opresivos y conservadores, la experimentación con las drogas y la sexualidad libre, la utopía de vivir en comunas o sociedades no jerárquicas, típicos de la era hippie del Acuario. Así, la filosofía norteamericana de la técnica más destacable tuvo este carácter utópico con respecto al mundo tecnológico que se cerraba y reforzaba en plena Guerra Fría (y amenazaba con una guerra nuclear) y ante los albores de las revoluciones tecnológicas de la informática, que trastocarían y acelerarían los procesos productivos y el consumo global de recursos.

En cambio, la filosofía ibero-americana de la técnica se asentó desde finales de la década de los años cuarenta principalmente en México (y en Hispanoamérica) mediante reflexiones originales de los pensadores del exilio español. El contexto es anterior históricamente al desarrollo de esa filosofía crítica de la técnica en Norteamérica. Las reflexiones de los filósofos iberoamericanos fueron genuinas porque se situaron desde una posición intermedia (entre modernidad y premodernidad, entre desarrollo y subdesarrollo) que era propia de la economía, la ciencia y la tecnología de Iberoamérica, ya que nuestras naciones padecían (y siguen padeciendo) el neocolonialismo cultural, así como una dependencia económica y tecnológica con respecto a los EE.UU. y Europa. Estas naciones no se situaban en la parte más avanzada del desarrollo científico y tecnológico, pero tampoco estaban al margen. Por ello, buscaban consolidar una identidad cultural propia, así como una ciencia y una filosofía distintas que se distanciaran de las antiguas metrópolis y se liberaran del neocolonialismo cultural, científico y tecnológico.

La “meditación sobre el propio ser”, como la denominó Nicol (1961), que caracterizó a la filosofía hispanoamericana del siglo XX, estuvo marcada por la búsqueda de una diferenciación también en lo que respecta al desarrollo científico y tecnológico, que no lo rechazara de tajo, pero que no se subordinara a la hegemonía de las potencias occidentales, otrora imperios coloniales. Así, la concepción ibero-americana de la técnica ha sido, en general, más crítica y con un talante “descolonizador” que las filosofías convencionales en el mundo occidental, en la cuales predominó una visión internalista de carácter ingenieril y pragmático, como lo señaló Carl Mitcham (1984). En cambio, la tradición ibero-americana se aproximó a una tradición humanística y “fenomenológica” de la técnica que se cultivó también en Alemania y en Francia de la posguerra. Esta tradición se caracteriza por ser “externalista”, es decir, por considerar el horizonte mundano, el contexto económico, cultural y sociopolítico en el que se despliega la técnica y sus realizaciones artefactuales.

Eduardo Nicol, por ejemplo, señala en su ensayo El problema de la filosofía hispánica (1961) que, en nuestra época de entusiasmo por el progreso técnico, la sabiduría de un pueblo no depende en el fondo de su avance en el dominio de las ciencias y la tecnología modernas. Las naciones iberoamericanas nunca serán, por razones geopolíticas y económicas, punteras en el desarrollo tecno-científico, como lo han conseguido varias de las asiáticas (Japón, Corea del Sur y China, principalmente). Según Nicol, los países que no pueden colocarse a la vanguardia de la carrera (y guerra) tecnológica –como los hispanoamericanos– tienen, por el contrario, una función particular que cumplir con las ideas y valores de su tradición cultural histórica, para resistir la deshumanización creciente del mundo tecnológico actual. La misión particular que Nicol asigna a la filosofía de los países hispanoamericanos consiste en civilizar (humanizar) a los más poderosos que están imbuidos en la dinámica irrefrenable del progreso técnico-económico. Para Nicol, nuestra filosofía debe averiguar si la inercia del poder técnico no impide que los poderosos ejerzan, además de su liderazgo técnico, una función cultural y moral directiva. Nicol sospechaba que el crecimiento acelerado del poder tecnológico (manifiesto en la expansión de la industria y la mercantilización global del siglo XX) debilitaban las condiciones sociales y políticas de las naciones más poderosas, además de provocar un enorme desequilibrio ecológico. De esta manera, los países que aún conservan una sociedad no tecnificada por completo (y que conservan saberes tradicionales) podrían asumir la vanguardia de una resistencia de los valores y la conciencia humanos ante el poderío técnico que domina el mundo. Así pues, Hispanoamérica tiene para Nicol la misión de construir una filosofía universal como ciencia rigurosa, pero apoyada en el fortalecimiento de su tradición cultural y su particular identidad histórica, para realizar la crítica del mundo técnico actual, y demostrar, al hacer una filosofía crítica, la posibilidad de una praxis libre y desinteresada que fuese capaz de oponerse al imperativo tecnológico-pragmático que se cierne sobre todo el orbe.

Así pues, las filosofías ibero-americanas sobre la técnica han tenido como horizonte de reflexión el proceso de deshumanización tecnológica, los efectos de las guerras (civiles e internacionales) y el despliegue de un descomunal poder bélico-tecnológico (como el nuclear) que muestran el desequilibrio civilizacional del poder técnico en relación con la ética y la política, así como los peligros de una desestabilización del mundo social, que han socavado a los Estados de bienestar y la búsqueda de mayor justicia. Así, pensadores como José Gaos (2022) examinan los fundamentos y los riesgos del poder técnico, especialmente en la aceleración y homogeneización de la vida social, el desequilibrio de una temporalidad destemplada y los posibles efectos de la cibernética en la mecanización de la vida y la automatización de las labores humanas (GAOS, 1992).

Nicol, por su parte, descubre que la tecnificación de la vida social, que se extiende globalmente, implica el surgimiento de una nueva “razón de fuerza mayor” que se opone a las libertades humanas y a la tradicional razón que da razones, propia de la ciencia y la filosofía. Nicol expone en dos libros singulares, El porvenir de la filosofía (1972) y La reforma de la filosofía (1980), una visión pesimista sobre los enormes riesgos de la emergente racionalidad tecnológica que reduce paulatinamente la vida humana a supeditarse a las necesidades naturales, degradando las libertades de pensamiento, de deliberación y de elección de formas de vida pacíficas y cooperativas, haciéndose eco así de la idea de una profunda crisis civilizacional que ya advertía Ortega y Gasset.

El artículo completo está disponible en el número 123 de la Revista Ábaco.
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