Relato publicado en el nº 119 de la Revista Ábaco

Olga Hernández Vitoria

El ingeniero de ese nuevo invento del demonio observaba satisfecho su obra, acababa de recibir un importante premio en la Exposición de París de 1878. Un diseño perfecto para el que había sido contratado por la firma REMINGTON, un artilugio que permitía escribir más rápido que a mano, una verdadera pequeña imprenta destinada a oficinas y quién sabe si más tarde a hogares. ¡Si Gutemberg levantara la cabeza!

Había reflexionado mucho para solucionar el bloqueo del teclado que atascaba el engranaje por pulsación reiterativa de las teclas más próximas, hasta dar con la solución, el famoso diseño QWERTY, cinco consonantes y una sola vocal para solventar que la alineación de los caracteres no repercutiera sobre la mecánica del dispositivo. Y podía cambiar las minúsculas en mayúsculas. ¡Qué avance! Un día habría máquinas de escribir que pensaran, pero de momento aligeraría el trabajo de copistas y escribientes que trabajaban en pleno siglo XIX con la celeridad de los monjes medievales.

TypeWriter manufactured & sold only by REMINGTON&SONS, NEW YORK: exportamos a todos los rincones del mundo. El editor G.Charpentier de París había adquirido y enviado una de esas máquinas al escritor Émile Zola, de quien esperaba una gran obra, con una nota:

—Deberá terminar su novela antes del día 30 de septiembre, en caso contrario no nos haremos cargo de la edición.

Pero los hados habían sido adversos. Zola había fallecido un día antes del plazo estipulado a falta de escribir el título, sin el cual él consideraba que su obra no estaba acabada. Un rayo de luz satánico entra por la ventana y va a caer justo sobre el cuerpo de hierro negro brillante y logotipo dorado de esa máquina que su colaboradora más cercana ha instalado junto al ataúd abierto.

Un silencio absoluto reina en la estancia cuando repentinamente las teclas cobran vida. Sobre el papel blanco teclean la palabra GERMINAL, el título con el que Zola hizo un requiebro a su destino.