Delegación de WILPF-España. La Haya, abril 2015. Fuente: Archivo WILPF-España.

Extracto del artículo publicado en el nº 119 de la Revista Ábaco


Concha Gaudó Gaudó
Catedrática de Geografía e Historia, jubilada.
Pertenece al Grupo de Historia de WILPF-España en Aragón.
Comisaria de la exposición «Cien años de feminismo pacifista. 100 años de WILPF».

La violencia no es inevitable. Es una elección.
Nosotras elegimos la no violencia, como medio y como fin.
Liberaremos la fuerza de las mujeres y, en colaboración con hombres de igual parecer, crearemos un mundo justo y armonioso.
Vamos a realizar la paz, que consideramos un derecho humano.

Manifiesto de WILPF.
Congreso de La Haya, abril 2015.

Cuando el ruido de las bombas resuena fuertemente, es difícil hablar de pacifismo. ¿Cómo decir, a quienes sufren una ocupación ajena de su territorio, que dejen pasar al invasor? O ¿cómo mirar pasivamente una matanza de más de mil personas civiles, o la de decenas de miles de niñas y niños, mujeres y hombres, muertos en la búsqueda de los terroristas? ¿Quién puede sugerir a las mujeres afganas que sigan bajo el burka? Pero, precisamente, es en estos momentos cuando es más necesario hablar de paz.

En abril de 1915, mientras miles de soldados morían asfixiados por el gas en la Batalla de Ypres, en Bélgica, mil trescientas cincuenta mujeres de Europa y América, se reunieron en La Haya con el objetivo de parar la guerra, alcanzar un alto el fuego y lograr, por otros medios, una paz justa y duradera. No lo consiguieron, pero comenzaron a andar y, desde entonces, la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad ha mantenido y mantiene su compromiso y su trabajo por un mundo guiado por la paz, una paz justa y duradera.

De dónde venimos

Los términos «pacifismo» y «pacifista» surgieron tarde, en el X Congreso Universal por la Paz, celebrado en Glasglow del 10 al 13 de septiembre de 1901, a propuesta del presidente de la Ligue International pour la Paix et la Liberté, Émile Arnaud. Pero los «amigos de la paz» o los «trabajadores de la paz», incluso los «apóstoles de la paz», llevaban mucho tiempo tratando de desarrollar políticas nacionales e internacionales encaminadas a evitar las guerras, muy numerosas y cada vez más mortíferas, a lo largo de los siglos XIX y XX.

El movimiento pacifista se fue organizando a lo largo del s. XIX, al ritmo que le permitió la evolución política y entre los resquicios que dejaron las guerras. Surgió a comienzos de siglo, en ambientes cristianos anglosajones, la American Peace Society o la London Peace Society, y se difundió por Europa, a partir de los años 50, de la mano de corrientes racionalistas y librepensadoras, sobre todo la Masonería, y también de corrientes socialistas y anarquistas: la Ligue Internationale pour la Paix et la Liberté, la Lega de la Liberta, Fratellanza e Pace, o la International Arbitration and Peace Association y otras organizaciones, en la mayor partes de los países europeos. La internacionalización llegó con los Congresos Internacionales de Amigos de la Paz, entre 1843 y 1853, y la creación de la Unión Interpalamentaria (1888) y la Oficina Internacional Permanente de la Paz (1891). Estas dos organizaciones promovieron los Congresos Universales por la Paz que se celebraron entre 1889 y 1939.

Personas diferentes, la mayoría procedentes de ámbitos intelectuales y acomodados, pero también de clases

trabajadoras, crearon y defendieron, desde estas organizaciones, un amplio programa que, con matices y diferencias entre una y otras, podemos resumir en los siguientes puntos:

  • Fundamentación teórica de la paz, basada en principios éticos y morales, religiosos primero, racionalistas, liberales y progresistas, más adelante. Una paz que debe convertirse en el elemento clave de las relaciones entre países, una paz más amplia que el «no a la guerra», una paz en positivo.
  • Creación y desarrollo de una legislación internacional.
  • Propuesta de mediación y arbitraje como forma de solución de los conflictos entre naciones.
  • Control, reducción o eliminación de armamento. En este punto hubo discrepancias, pues algunos, como Alfred Nobel, consideraban el rearme un elemento disuasorio.
  • Creación de instituciones supranacionales.
  • Educación para la paz, para lograr el cambio de mentalidades.
  • Avances hacia la construcción de federaciones de estados. La revista de la Liga Internacional de la Paz llevaba por título, significativamente, Les États Unis de l’Europe.
  • El gran momento del movimiento pacifista fue la contribución al desarrollo de la legislación internacional, en las últimas décadas del s. XIX, la creación de la Corte Internacional de Arbitraje, en el Congreso de La Haya de 1899, y la formación de la Sociedad de Naciones, tras la I Guerra Mundial.

Es larga la lista de hombres ilustres que trabajaron por la paz, dentro y fuera de las instituciones, muchos de ellos laureados con el Premio Nobel de la Paz desde su creación en 1901: Elihu Burritt, Frédéric Passy, Willian R. Cremer, Fredrik Bajer, Hodson Pratt Igual de larga es la lista de mujeres que, desde los primeros momentos, se involucraron en el movimiento pacifista, fundaron secciones de mujeres e incluso organizaciones propias, «ángeles de la paz», «trabajadoras-infatigables-por la paz”: Priscila Peckover, Bertha von Sutner, Johanna Waszklewicz-van Schilfgaarde, Mathilde Planck, Marie Pouchoulin, Sylvie Petiaux-Flammarion, Margarethe Leonore Selenka, Clara Chélida, Aletta Jacobs, Jane Adams, Amalia y Ana Carvia, Carme Karr,… Todas ellas tienen una biografía destacada. Aunque es injusto hablar sólo de una de ellas, nos detendremos en Bertha von Suttner, la mujer que sugirió a Alfred Nobel la creación de un premio en el ámbito de la paz y la primera mujer laureada con este premio, en 1905 (la segunda fue Jane Adams).

La baronesa Bertha von Suttner (Praga, 1843-Viena, 1914), nacida condesa Kinsky von Chinic und Tettau, “Bertha de la Paz”, conocida sobre todo por su novela ¡Abajo las armas!, publicada en 1889, con miles de ediciones y millones de ejemplares en más de veinte idiomas, es reconocida como una de las mujeres pacifistas más destacadas, y autora de una ingente obra teórica y analítica sobre el tema de la paz.

Pocos días antes de morir, cuando, en mayo de 1914, por su estado de salud, no pudo acudir al congreso fundacional de la Asociación de Mujeres de la Sociedad Alemana de la Paz en Berlín, escribió una carta para el acto. Este texto, considerado su testamento político, es la mejor presentación del trabajo de las mujeres en el movimiento por la paz.

Dice von Suttner, en esta carta, que las mujeres no son pacifistas por naturaleza, la historia ha dado numerosas muestras de ello, sólo lo son aquellas que sean capaces de “librarse de la influencia de instituciones milenarias y tener la fuerza de luchar contra ellas”. A la vez, las invita a conservar “esas específicas cualidades femeninas”, y actuar, actuar con todas sus fuerzas contra la guerra:

Pero hay algo más que podemos hacer, algo a lo que la mayoría de los hombres se resisten, porque no quieren mostrarse débiles y sentimentales: dejemos hablar a nuestro corazón. En nombre del amor, el más sagrado de los sentimientos, lo que consideramos dominio propio del género femenino, en nombre de la bondad, que nos hace humanos, en nombre del concepto de Dios a quien reverenciamos, queremos luchar contra la guerra; no sólo porque ya no es rentable y es una locura, sino porque es terrible y es un crimen. No hay que olvidar esto en todas las argumentaciones políticas y económicas. Si la inteligencia se alza contra la guerra, mejor, pero por ello no tenemos que reprimir la rebelión de nuestro corazón. No sólo pensar, conocer, contar y concluir representan nuestras fuerzas espirituales, también el sentir. Nuestro pensamiento tiene que ser claro y nítido, pero es mejor que nuestros cálidos y nobles sentimientos nos apasionen —sólo entonces alcanzamos la plena dignidad humana—. Es bueno sacar conclusiones correctas —necesitamos pasión para trabajar y actuar—, sólo la pasión entusiasma.

La Liga Internacional de Mujeres Por la Paz y la Libertad (Women’s International League For Peace and Freedom – WILPF)

En abril de 1915, mientras se estaban produciendo los más sangrientos combates en territorio europeo, más de 1300 mujeres de doce países se reunieron en La Haya (Países Bajos) para parar la guerra. Aunque muchas de ellas habían participado con anterioridad en asociaciones pacifistas de Europa y América, la iniciativa partió de otro ámbito: Aletta Jacobs, Kathleen Courtney, Christall Macmillan, Cor Ramondt-Hirshman, Rosa Manús, entre otras, que pertenecían a la International Woman Suffrage Aliance (IWSA), fueron quienes, a título personal, pues la organización no secundó esta iniciativa, lanzaron un llamamiento para reunir un congreso mundial con el objetivo de parar la guerra.

En las conclusiones de este Congreso expresaron su más firme protesta contra la locura y el horror de la guerra, y urgieron a los responsables políticos para que iniciasen, de inmediato, conversaciones para lograr la paz. Una paz que para ser duradera debía estar basada en la justicia social y económica y garantizada por instituciones internacionales de arbitraje y cooperación, sometidas a control democrático.

Para las mujeres, a las que definían como una de las fuerzas más poderosas para la prevención de la guerra, exigían el derecho al voto y su presencia efectiva en los organismos internacionales. Jane Addams, una reformadora y pacifista

estadounidense, fue nombrada presidenta del Comité Internacional de Mujeres por una Paz Permanente y aunque los resultados inmediatos de sus acciones no fueron los esperados, decidieron seguir adelante. En poco tiempo surgieron secciones en varios países europeos, Estados Unidos, Australia y Japón.

Tras el final de la guerra, en mayo de 1919, se reunieron de nuevo en Zúrich (Suiza). Desoladas por las consecuencias de la guerra, las asistentes al congreso aumentaron sus esfuerzos por reforzar la paz, contribuir a la ayuda humanitaria y denunciar los duros términos del Tratado de Versalles.

En este segundo congreso, el Comité Internacional creado en La Haya se convirtió en la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad (Women’s International League for Peace and Freedom, WILPF). La sede de esta nueva organización se estableció en Ginebra, cerca de la recién creada Sociedad de Naciones y se nombró un Comité Ejecutivo Internacional, presidido por Jane Addams quien recibió, en 1931, el Premio Nobel de la Paz, mientras en los EE. UU. era considerada persona non grata por su compromiso con la paz.

La actividad, el avance y la expansión de WILPF durante el periodo de entreguerras consolidaron la organización y la convirtieron en el principal y más influyente referente de mujeres por la paz en el mundo. Campañas por la paz y la reducción de armamento, por la prohibición del uso de armas químicas, la presencia en la Sociedad de Naciones, la profundización en la teoría pacifista y la educción para la paz fueron sus principales líneas de trabajo, sin olvidar las tareas asistenciales, tan necesarias en Europa, devastada por la Gran Guerra.

Los años 30 y 40, los años del Fascismo y de la II Guerra Mundial fueron tiempos muy difíciles para WILPF y para todas las asociaciones pacifistas. ¿Cómo derrocar al Fascismo sin usar la violencia? Un gran dilema y contradicción interior. Las sedes de WILPF en los países fascistas u ocupados fueron destrozadas, sus afiliadas perseguidas, detenidas, exiliadas o enviadas a los campos de concentración dónde algunas perecieron.

El artículo completo está disponible en el número 119 de la Revista Ábaco.
Pincha en el botón inferior para adquirir la revista.