FOTO: Estatua de Samuel Johnson. Fuente: Eluveitie (https:// commons.wikimedia.org/)

Artículo publicado en el nº 111 de la Revista Ábaco

José de María Romero Barea
Profesor y periodista cultural

Desorientados por la corriente de mentiras emitidas a diario por los mass media, sometidos a los abusos de estilo, la difusión de la desconfianza y la discordia, optamos por el lenguaje cotidiano en un esfuerzo por comunicarnos. Elaboramos lo que equivale a una respuesta rebelde a una filosofía desesperada, que prevé la comunicación ilimitada en la que nos encontramos inmersos, donde unos aprendemos de otros al cuestionar las suposiciones que damos por sentadas. Quién es quién en el salón de espejos posmoderno que habitamos. Qué es la realidad, atrapados en un mundo de ficción. El hilo conductor de nuestra biografía no es tanto el abismo entre el autor y su objeto de estudio como la diferencia insalvable entre dos caminos de vida incompatibles: el camino de la redención y el de la rendición. Libro adentro, se enfrentan el ser apasionado, comprometido, con el alter ego austero, desapegado, que halla virtud en las anécdotas y el silencio. Ni el creador ni su criatura se conocen a sí mismos: escriben o se dejan escribir con la esperanza de que, en ese diálogo entre lo poco fiable y lo nada confiable, se pueda percibir algo de una evidencia, en el mejor de los casos, circunstancial, una vida que nos conforme con la ilusoria sensación de una misión cumplida.

A pesar de los numerosos esfuerzos del paso del tiempo, nunca olvidaremos del todo al poeta, ensayista y lexicógrafo Samuel Johnson (Lichfield, 1709-Londres, 1784): su recuerdo sigue vivo, al menos, en la verificación de anécdotas que emite la concisa monografía del periodista y traductor Giorgio Manganelli (Milán, 1922 Roma, 1990), un feliz despliegue de argumentos entrelazados, enriquecidos por “una ambigüedad fundamental: este hombre jovial y combativo habitaba una región de angustia y de tristeza”. La aleatoriedad de la existencia permea los términos de esta crónica inconclusa que nos elude, mientras recupera el consuelo parcial de una reivindicación (del dandismo, la charla, los libros), revivida por la demostración de un oficio, el del exégeta, que no oculta sus demoradas pulsiones subyacentes al concluir una investigación forense acerca del sombrío mundo de la peripecia ajena.

Se nos cuenta cómo, desde muy joven, Johnson sintió que la vida carecía de sentido, víctima de un padre liberal y sin preocupaciones materiales, un desastre psicológico que culminó en una sensación sartreana de náusea ante la inutilidad de la existencia: “Johnson interpretaba a un personaje, pero esa interpretación era a su vez una vocación sin reservas, intensa hasta rayar en lo trágico”. Se critica la premisa sobre la que hemos construido una certeza: a saber, qué se puede y se debe escribir. Al insistir en que los clásicos siempre tienen cosas que contarnos, que aún “es posible inspirarse en Johnson para exaltar a un hipotético hombre moralmente sano y a la vez accesible, cotidiano, un hombre medio elevado a las funciones, no a la fantasía, del genio”, la semblanza se hace eco del impulso no racional de seguir vivos, la voluntad de escape de los acontecimientos a merced del sueño colectivo de la literatura.

Se aleja el autor de la ficción naturalista y narrativa hacia otras formas: ensayo, polémica, memorial, o una combinación de los tres en un marco ficticio. Se cumple la afirmación pragmática de que la verdad avanza retrospectivamente. A expensas de una erudición telescópica, el integrante del Gruppo 63 nos guía a través de los pasajes escogidos de su Vida de Samuel Johnson (1961; Gatopardo ediciones 2017), ideas injertadas la una en la otra, escándalos y desacuerdos del poeta de The Vanity of Human Wishes (1749), amistades (con el también poeta Richard Savage (1697 – 1743), al que unía “una suerte de prodigalidad de la inteligencia”), pecados ocasionales, magnanimidad con los rivales (entre los que incluir al que sería su biógrafo, el aristócrata escocés James Boswell (1740 1795), epítome “[d]el gusto por la presencia concreta, la capacidad, con carácter épico, de objetivar no sólo al personaje, sino también a sí mismo frente a éste”). En estos bocetos escritos a vuelapluma, la elocuencia es sinónimo de perspicacia. Al daño irremediable causado por nuestra exposición masiva a las plataformas de transmisión en línea, ahora podemos oponer este relato evocador del siglo XVIII en Inglaterra.

A través de su doble, las falsas memorias de Manganelli surgen repletas de momentos confesionales. Completan la tradicional secuencia de transgresión, confesión, penitencia y absolución, cubren apenas una mínima parte de la vida creativa de esta figura extraña, mercurial, cuyo legado permanente es su conservador espíritu, exclusivamente disruptivo: “Boswell, posee el genio de la vulgaridad de lo azaroso de la existencia, un genio intelectual del que carecía Savage, quejumbroso y sentencioso”. Asistimos a una investigación rigurosa de la evasiva existencia de un idealista que fue, en esencia, un materialista. Prolijo en peripecias, lacónico en cotilleos, las anécdotas irónicamente humorísticas sobre las personalidades que frecuentó el urdidor del Dictionary of the English Language (1755), así como las ventajas y desventajas de ser un extraño en su propia tierra, se despliegan, mostrando una comprensión interna de cómo era ser el sartorialmente consciente y, a menudo, subversivo Dr Johnson, al tiempo que se nos revela la preocupación permanente por la maravilla y el terror de suponerse un homme de lettres.

La necesidad de escapar del Lichfield nativo, “un lugar angosto”, en el que la escasez de incidentes “se extendía a la vida, a la moral”, confluye con el deseo de refirmar la integridad personal del crítico al mudarse a Londres, donde “el corazón humano era más libre y menos cauto, la soledad podía conciliarse con las delicias de la conversación, y la radical tristeza de la existencia, depurarse de sus inquietudes más provisionales y estériles”. Oscila Johnson entre el desprecio hacia sí mismo y la ambición salvaje. Su adopción de nuevas apariencias y conceptos es rápida e intensa, igualada solo por el hábito de dejarlos caer cuando se aburre. Entre imágenes y sentimientos, el libro se narra en presente, no en el tiempo de la inmediatez falsa, sino en el del sueño recurrente. Se cumple en evidencias de apoyo a contextos cívicos un estilo que trabaja para eliminar lo superfluo, privilegiando las texturas simples que rehabilitan lo que apenas no molestamos en recordar. Entre inventos recónditos, estrategias de aumento y paralelismos astutos, instancias fugaces, extensos aforismos.

Cinético el resultado en torno al instantáneo relato de la vanidad e inseguridad del erudito anglosajón, donde nada cede a lo redundante: se nos transmite su carisma, su comprensión de la cultura y su habilidad singular para estar en el lugar correcto en el momento equivocado. Las ideas sobre el arte y la sociedad exploran los estrechos roces con la mortalidad (la suya y la de otros) del que fue y es considerado por muchos el mejor escritor en lengua inglesa. Como un influencer de la época, predicó una serie de piedades liberales estándar, incluido el respeto por el individuo y la santidad de la libertad personal. La entrega de Manganelli supone un ilustrado ajuste de cuentas, frente al severo idealismo, con la limpieza de conciencia: “Johnson, hombre social y sociable, era un solitario, el maravilloso conversador rebosante de inspiración y jovial agresividad era un ser melancólico, infeliz”. En no pocas ocasiones, la colección de proposiciones lapidarias y breves reflexiones recurre, con acierto, a la propia voz del erudito, enfrentado al statu quo, consciente de un estilo que no adolece de gracia o carisma, siempre aderezado con infalible humanidad.

Escrito por alguien idéntico a Johnson en todos los aspectos, el texto discordante puede leerse como un documento donde el escritor retrocede y observa el grotesco espectáculo de sí mismo al tener éxito. Nada hagiográfico, el volumen es riguroso, a pesar de su exigua longitud, rara vez aburrido. Se establecen conexiones entre la infancia rural y la urbana perspectiva del adulto conocido por su determinación, su espíritu intrépido y el trato atroz de sus amigos y colegas. Como sucede en las fábulas más irreverentes, si aprendemos algo, es tangencialmente. Cautivadora la prosa, extrañamente distante, como si al escribir, el ensayista de La literatura como mentira (1967) disipara la bruma que desciende entre el héroe y sus gestas: “Johnson opone en primer lugar el trabajo: una suerte de ejercicio espiritual contra la persistente desesperación; ejercicio exclusivamente intelectual que hace de la inteligencia un instrumento esencial de la moral, y de ésta, una técnica para sobrevivir”. Oscila el discurso del biógrafo italiano entre las convenciones de la autoridad (el solipsismo, el entumecimiento, la capacidad de ceder con gracia) y los protocolos de la experimentación. La rauda autopsia se refuerza en la observación directa de una suspensión de incredulidad que transforma la vida del novelista de The History of Rasselas, Prince of Abissinia (1759) en un catálogo de errores aprendidos, al servicio de la vasta construcción de un alter ego cargado de rivalidades, oportunismos, disputas y murmuraciones. El Johnson que emerge de la cuenta de las mujeres es una figura poco atractiva, fría, incómoda, remota, terca. Invariablemente desaliñado pero atractivo, emocional e intelectualmente. Retraído cuando debe ser apasionado. Audaz cuando ha de ser discreto.

Manganelli y su doble. Uno de los requisitos para ser novelista es poder dividirse, ser simultáneamente el fabricante de un personaje y su observador. Cada escritor es su propia mundanidad, su persona comprometida, su personaje distinto del recluso tímido, confundido y culpable que ocupa su mente a solas. Se encuentra una especie de redención en cada camino de la experiencia humana, aunque nunca a expensas de la responsabilidad o la verdad. El resultado es una hazaña de narración apasionante. En sintonía con los matices de la experiencia cotidiana, las ideas abstractas del artefacto literario ilimitado se cumplen en una especie de comentario extenso, que recopila curiosidades al tiempo que divaga a voluntad, en pos de su elusivo objeto de estudio, en múltiples persecuciones y sucintos análisis hilarantes. En esta Vida, la verdad se enfrenta a las contorsiones éticas y las tácticas de supervivencia instadas por el filósofo-tutor. Si la memoria es selectiva, parece concluir el Premio Viareggio 1979, también sabe ser oportunista. La ingeniosa combinación de verdad y ficción consigue trasladar lo mágico y absurdo de aquellos tiempos a los nuestros. Autocrítico, el traductor de Edgard Allan Poe reflexiona mientras agrega que “Johnson debía entablar en cierto modo un diálogo con la muerte, no para resignarse, o abandonarse a ella con gélida indiferencia (…) sino para asimilarla activamente en su sistema moral e intelectual”.

Mientras Occidente se tambalea por culpa de los trastornos económicos, la literatura sigue luchando por representar la realidad fragmentada con impulsos autoconscientes que ponen énfasis en la forma y el lenguaje, adopta un enfoque minimalista, su enfoque ilimitado emula la feroz concisión de la mejor filosofía. A medida que la vida cotidiana se vuelve cada vez más insensible, opta por centrarse en las verdades personales e incontrovertidas: Manganelli escribe sobre Johnson, y al hacerlo, nos representa, embrujados, como estamos, por nuestros bienes de consumo, frustrados por la imposibilidad de la democracia para cambiar un sistema corrompido por el dinero. Sus palabras son tan necrológicas como biográficas, y la necrológica es inusualmente brutal. Al dejar a un lado los detalles, nos queda el inquietante y discordante retrato de un hombre apasionado. La iluminación espiritual se vuelve afirmativa en el prejuicio generalizado de que el pesimismo es de alguna manera antipatriótico, junto a la falsedad de que puedes ser lo que quieras siempre que te lo propongas. Las ortodoxias en competencia conducen a las libres reflexiones de un inventario de precarias preguntas, de conjeturas extensas en un compendio de transmigraciones. Fragmentada la erudición de un libro inolvidable a base de recuerdos de una existencia plena de victorias icónicas, introducción a un hombre distante, implacable y descreído, pero también enamorado, piadoso, creyente. En esta Vida se logra recrear la convicción que hizo perdurar la ideología johnsoniana: no deseamos permanecer aislados. Escribe con claridad el coetáneo de Umberto Eco, Edoardo Sanguineti o Italo Calvino sobre las complicidades de su Doppelgänger. La posibilidad, mientras viajamos junto al autor a lo largo del laberinto moral que traza, es que veamos cómo la capacidad de un hombre para el amor, no sus crímenes, constituye la medida real de su alma. La brevedad es la esencia de un volumen que se ocupa largo y tendido de alguien a quien jamás conocemos del todo.

El artículo está disponible en el número 111 de la Revista Ábaco.
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