FOTO: Visita de Albert Einstein a Madrid en marzo de 1923. Fuente: Archivo Amigos de la Cultura Científica.
Extracto del artículo publicado en el nº 111 de la Revista Ábaco
Francisco A. González Redondo
Profesor Titular de Historia de la Ciencia
Facultad de Educación-Centro de Formación del Profesorado de la UCMRosario E. Fernández Terán
Profesora Asociada de Didáctica de las Matemáticas
Facultad de Educación-Centro de Formación del Profesorado de la UCM
El estudio de lo acontecido a los científicos españoles con motivo de la guerra civil, el proceso de depuración y las diferentes modalidades de exilio que muchos sufrieron resulta bastante más sencillo hoy que en 1976. Entonces, fallecido el dictador y aprobada la Ley de Amnistía, solamente quedaban dos científicos suficientemente jóvenes cuando accedieron a sus cátedras en 1936 como para no haber alcanzado la edad de jubilación (o haber fallecido) y poder reincorporarse a la universidad española al recuperarse la democracia: Francisco Giral (Farmacia, Salamanca) y Augusto Pérez-Vitoria (Químicas, Murcia). En esos años, mientras José Luis Abellán dirigía su magna obra en cinco volúmenes sobre lo que supuso, en general, el exilio de 1939, desde el Aula de Cultura Científica adscrita a su cátedra de Fundamentos Físicos de las Técnicas en la Universidad de Santander, Francisco González de Posada invitaba a Giral y Pérez-Vitoria a disertar sobre el exilio de los científicos. Así lo recordaba Giral en 1994 en el prólogo de su libro:
Al reingresar en el escalafón de universidades en 1977, fui asignado a la Universidad de Salamanca. Estando en Salamanca, un buen día recibí la llamada telefónica desde Santander de Francisco González de Posada. Con apoyo de los Amigos de la Cultura Científica fui invitado varias veces a disertar sobre “Ciencia española en el exilio”, lo que se cumplió entre 1980 y 1982.
El interés de González de Posada por los científicos del exilio sobresalió desde el primer momento, llegando a adquirir niveles de auténtica emoción, lo que no ha sido frecuente en esta España llamada de transición.
Efectivamente, en el entorno de González de Posada comenzó (hace ya más de 40 años) una importante tarea de recuperación de la memoria de los científicos españoles más importantes del primer tercio del siglo XX, lo que se ha venido en llamar la Edad de Plata de la Cultura española; prácticamente todos, de una manera u otra (en el exterior o en el interior), exiliados como consecuencia de nuestra guerra civil. Para ello, para que los españoles pudieran conocer lo que habían sido y significado Enrique Moles, Julio Palacios, Arturo Duperier, Ángel del Campo, Miguel A. Catalán, y, muy especialmente, Blas Cabrera, desde el Aula de Cultura Científica hasta 1982, y desde la asociación Amigos de la Cultura Científica a partir de 1983, convocó a los descendientes y/o los discípulos más entregados al recuerdo de los físicos y químicos más significativos de esa época, organizando ciclos de conferencias, congresos y exposiciones, publicando artículos, libros y monografías, etc., en una ingente labor para la cual fue contando sucesivamente con la ayuda de, entre otros y muy especialmente, Ma Dolores Redondo Alvarado, Miguel A. González San José, Ángel Martínez Fernández, Dominga Trujillo Jacinto del Castillo y los autores de estas páginas, que vamos a dedicar a la personalidad más singular del exilio de la Física y la Química de la Edad de Plata: Blas Cabrera Felipe.
Los primeros pasos del padre de la física española
Blas Cabrera ha pasado a la historia considerado el “padre” de la Física española del siglo XX. Nacido el 20 de mayo de 1878 en Arrecife (Lanzarote), la familia se desplaza a Tenerife al poco tiempo al conseguir su padre, Blas Cabrera Topham, la plaza de notario en La Laguna. En septiembre de 1894 el joven Blas se trasladaba a Madrid para estudiar Ciencias Físico-matemáticas, contrariando los deseos de su padre, que quería que estudiase Derecho. Terminada la Licenciatura en 1899 y obtenido el Grado en 1900, sus estudios de Doctorado coinciden con la eclosión del movimiento regeneracionista que vio el nacimiento del Ministerio de Instrucción Pública y la correspondiente reforma universitaria. El 14 de octubre de 1901 presentaba su Tesis Doctoral y, unas semanas después, era nombrado Profesor Auxiliar temporal de Física Matemática, Cátedra que ocuparía interinamente tras el fallecimiento en 1904 de su titular, Francisco de Paula Rojas. En esos años el joven físico realiza investigaciones experimentales, reflexiona sobre los descubrimientos de sus colegas europeos… y va orientando sus preferencias científicas hacia el Magnetismo, con una trayectoria vital ligada a los momentos esenciales de la cultura y la ciencia españolas de la primera mitad del siglo pasado.
Y es que Blas Cabrera es fruto de la actuación de los “mentores” de nuestras Ciencias, los que dieron nacimiento y acogida a las “generaciones tuteladas” de científicos españoles: esos jóvenes prometedores en los que, cuando aún no habían podido demostrar apenas nada, los “mentores” van a depositar las esperanzas en la renovación de la Ciencia española. En efecto, en noviembre de 1902 el Decano de la Facultad de Ciencias proponía al Rector que Cabrera ocupase interinamente una de las Cátedras aún sin convocar. En enero de 1903, ya se le había encomendado formar parte de la Comisión que debía designar la primera Junta Directiva de la Sociedad Española de Física y Química. Finalmente, el 30 de enero de 1904 se convocaba la nueva Cátedra de Electricidad y Magnetismo (nacida de la reforma del primer ministro de Instrucción Pública, Antonio García Alix), que Cabrera obtendría el 18 de febrero de 1905.
Si sus maestros le concedían la Cátedra con apenas 26 años, en 1909, con poco más de 30, las autoridades socio-científicas de la época lo aupaban a la mayor gloria que podía alcanzar en nuestro país un físico: era elegido Académico de Número de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Al año siguiente, en 1910, la Junta para Ampliación de Estudios (JAE) creaba el Instituto Nacional de Ciencias Físico-Naturales, con Santiago Ramón y Cajal como presidente y Blas Cabrera como secretario, y, en su seno, integraba al Laboratorio de Investigaciones Físicas, puesto bajo la dirección del físico lanzaroteño.
En 1912 Blas Cabrera, que ocupaba las más altas instancias de la Física española de la época, asumía la necesidad de aprender en Europa la Electricidad y el Magnetismo que no se sabía en España y solicitaba una pensión a la JAE, como un recién titulado más, para viajar a Zürich a estudiar con Pierre Weiss en el campo que se constituirá en su programa de investigación para toda una vida: el Magnetismo de la materia.
Figura de referencia en España
A su vuelta de Zúrich a finales de 1912 Cabrera comenzaría una etapa de dedicación a la “Magnetoquímica” con un amplio conjunto de colaboradores que se constituirían en un auténtico grupo de investigación “a la europea”: Enrique Moles, Julio Guzmán, Manuel Marquina, Emilio Jimeno, Santiago Piña, etc.
En este marco, y siendo la figura científica de referencia del momento, en 1916 era elegido Presidente de la Sociedad Española de Física y Química y la JAE le proponía como “embajador cultural” en Argentina para ocupar la Cátedra de Cultura española instituida en Buenos Aires por mediación de la Institución Cultural Española. Cabrera viajaría finalmente en 1921, en unos momentos en los que, concluida la primera etapa de dedicación a trabajos experimentales, se centraba en la reflexión teórica y la divulgación científica en torno a la estructura de la materia y la teoría de la relatividad.
Así, trascendía los estrechos límites que le imponían las paredes del Laboratorio y se presentaba ante la Sociedad participando en las reformas educativas propuestas por los sucesivos ministros, dictando cursos y conferencias públicas en la Residencia de Estudiantes, en el Ateneo de Madrid, etc., y publicando numerosos artículos y libros de divulgación. Esta presencia “social” del físico Blas Cabrera culminaría con su actuación como anfitrión de Albert Einstein en la visita que hizo éste a Madrid en 1923.
A partir de 1924, alcanzado el más alto reconocimiento científico en España, retomaba la investigación experimental en el Laboratorio, dedicado ahora al “Paramagnetismo de la materia” con dos nuevos colaboradores: Arturo Duperier y Julio Palacios. La comprobación experimental del paramagnetismo clásico de Langevin y la determinación de los momentos magnéticos y la influencia de la temperatura en el comportamiento magnético de las disoluciones se publicaban en las más importantes revistas científicas internacionales del momento. Cabrera completaba la ecuación de Curie-Weiss del Paramagnetismo que pasaría a conocerse como de Curie-Weiss-Cabrera y, en ocasiones, como de Cabrera-Duperier.
En este marco, el International Education Board de la Fundación Rockefeller, decidida a colaborar en el progreso científico de España en los años veinte, cambiaba el campo de intervención que tenía pensado inicialmente, la Sanidad, por las Ciencias físico-químicas, cuando constataron los logros alcanzados por los grupos de investigación dirigidos en el Laboratorio de Investigaciones Físicas por Blas Cabrera, Enrique Moles, Ángel del Campo o Julio Palacios, aprobando en 1925 una importantísima dotación económica para la construcción del Instituto Nacional de Física y Química.
Ese mismo año, nuestro pensador más importante, José Ortega y Gasset, integraba también a Blas Cabrera en la Revista de Occidente, para que, con su rigor científico y claridad expositiva transmitiera las grandes revoluciones de la Física y la Cosmología del siglo XX, contribuyendo a que la Cultura científica española estuviera “a la altura de los tiempos”.
En 1926 viaja nuevamente a América (junto a Fernando de los Ríos) delegado por la Junta de Relaciones Culturales creada durante la Dictadura en el Ministerio de Estado. Posteriormente sería elegido para formar parte de la Asamblea Nacional y tendría que participar en los procesos de reforma educativa durante el Ministerio de Eduardo Callejo que tantos conflictos desatarían y tanto influirían en la caída de Primo de Rivera.
El reconocimiento internacional
1928 es el año de la consagración internacional de Blas Cabrera. El primer momento singular fue su nombramiento como Académico Correspondiente en París, tras una sesión en la que obtuvo 42 votos a favor, frente a los 2 de Niels Bohr, 2 de C. Gutton y 1 de H. Buisson. Y el segundo, todavía más importante, lo constituyó su elección, por iniciativa de Marie Curie y Albert Einstein, para formar parte del Comité Científico de las Conferencias Solvay, al haberse decidido que la siguiente reunión (a celebrar en 1930) se dedicaría al Magnetismo y considerarse en el ambiente científico europeo que Cabrera era la figura mundial más relevante en ese ámbito, por delante, incluso, de Pierre Weiss.
En España, el 28 de febrero de 1930 tomaba posesión como Rector de la Universidad Central de Madrid (en unos momentos de acentuada problemática estudiantil) y se integrada en la Junta Constructora de la Ciudad Universitaria en los terrenos de La Moncloa donados por el Rey Alfonso XIII, iniciativa que continuaría durante la República coordinada por Juan Negrín. Y, unos meses después, era elegido representante español en el Comité Internacional de Pesas y Medidas, en sustitución de Torres Quevedo, que se iba retirando de la primera fila de la escena, dejando paso a Cabrera como figura de referencia.
Proclamada la II República era designado Vicepresidente de la Junta de Relaciones Culturales, y, sucediendo nuevamente a Torres Quevedo, a finales de 1931 el Gobierno le nombraba representante en el Comité de Consejeros Científicos de la Organización Internacional de Cooperación Intelectual con sede en Ginebra. Por su parte, el ministro Fernando de los Ríos le confirmaba en el cargo de Director del Instituto Nacional de Física y Química, y presidiría, el 6 de febrero de 1932, la inauguración oficial del nuevo edificio construido con los fondos donados por la Fundación Rockefeller.
En 1934 recibía el nombramiento de Rector de la Universidad Internacional de Verano en Santander (el foro científico europeo estival de referencia) y, al renunciar (de nuevo) al cargo Torres Quevedo, era elegido Presidente de la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. A finales del año también era elegido para ocupar el sillón vacante en la Academia Española (de la Lengua) tras el fallecimiento de Cajal, del que tomó posesión, en un acto presidido por Niceto Alcalá Zamora, ya en enero de 1936.
El artículo completo está disponible en el número 111 de la Revista Ábaco.
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