Dado el especial interés y permanente actualidad del tema, ofrecemos a nuestros lectores en esta sección de Espacio crítico, el artículo original del añorado profesor, maestro y político socialista, Luis Gómez Llorente, fallecido el 5 de octubre de 2012. Este artículo escrito especialmente para nuestra revista Ábaco de cultura y ciencias sociales en el mes de Agosto del año 2008, se publicó en el monográfico titulado «La escuela en la encrucijada» Nº 54-55 de Ábaco (www.cicees.com)

Interesados en obtener este número de la revista: revabaco@gmail.com

Miseria de la privatización, —el secuestro de lo público—

El primer significado del término miseria es desgracia, y la principal desgracia de la escuela pública consiste hoy en su progresiva desnaturalización o descomposición bajo la termita privatizadora que va destruyendo todo espacio público.

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2.- La instrucción como bien público:

Por razones de muy diversa índole aquel primer liberalismo, el genuinamente revolucionario, concibió que la instrucción no era sólo un bien individual, particular del educando, sino que el número y el grado de personas instruidas de una sociedad afectaba al conjunto, y por lo tanto a todos sus miembros, condicionando sus posibles formas de convivencia, su capacidad productiva, y en definitiva su bienestar. De ahí que quien hubiere de velar y procurar el bien público no pudiera dejar de asumir la responsabilidad de la instrucción pública.

En primer lugar, por lo que la revolución liberal tiene de espíritu ilustrado. Liberar al ser humano es ante todo liberarle de la ignorancia, liberar su espíritu de las tinieblas de la superstición, darle una idea cabal de la naturaleza de las cosas, de las posibilidades de sí mismo, de su capacidad para obrar con rectitud según la luz de la razón, de su capacidad de ser útil a la patria y de la necesidad recíproca que une a todos los miembros de una sociedad en el mantenimiento y defensa del patrimonio común.

Todo esto, que hoy nos pareces casi lugares comunes, fueron revolución frente a la idea del ser humano caído y necesitado de obedecer en todos los aspectos de la vida a unos superiores que detentan el poder y el saber. La escuela pública surgía pues, para ser el templo de las luces. De ahí la dignidad y autoridad moral de los maestros.

Una sociedad que se imaginaba de hombres libres no sería posible sin liberar la conciencia de cada uno de sus miembros, y de este modo hacerle amar la libertad y defensor de las libertades.

Junto a ese discurso humanista secularizado —tanto más secularizado cuanto más incidencia ponga en la autonomía moral y en el autogobierno del pueblo— estuvo también el argumento económico, pues no por casualidad coincide la resolución liberal-burguesa con un cambio histórico en la forma de producción (industrialización) que iba a requerir una mano de obra más cualificada en la industria y una multitud de cuadros intermedios en el comercio, las instituciones financieras, las comunicaciones y la administración. Un tal modelo de producción no podía funcionar con una población analfabeta y un saber académico restringido exclusivamente a las élites clerical y civil.

Se impone por ello la idea de universalizar la escuela, la plena escolarización, aunque de hecho se tardará décadas en lograrlo (más de un siglo en nuestro caso), si bien que la escuela siga siendo clasista, en el sentido de que a cada clase social se le suministrarán los conocimientos que requiera su función productiva.

Los niveles hasta donde alcance la gratuidad, y los filtros académicos, se ocuparán de que a los grados superiores del saber accedan casi exclusivamente los hijos de la burguesía, que puede mantener como improductivos (no empleados) a sus hijos largos años, sufragar colegios selectos, y costear la residencia fuera del hogar si no existen en la localidad los centros de formación superior apetecidos. Es decir, universalización es la condición necesaria, pero no suficiente para que el sistema escolar deje de ser discriminatorio.

Laicidad: Pese a ser netamente clasista la escuela de inspiración liberal, fue sin embargo laica, o por lo menos secularizada. En su versión más radical, conforme al modelo republicano francés (el que siguió la IIª República en España), con total exclusión de la religión en el currículo escolar. Pero la actitud liberal no siempre llega a postular esa drástica exclusión sino que a veces se manifiesta la actitud de laicidad bajo la forma de secularización de la enseñanza, cuya vía obviamente es la escuela pública, aunque en España tengamos el ejemplo insólito e insigne de la Institución Libre de Enseñanza, a imagen de las escuelas que promovían los masones en Alemania, Suiza y Bélgica, aunque no fuera masón D. Francisco Giner, como si lo fue en cambio su guía espiritual, Krause.

A los españoles nos puede enseñar muchos matices a este respecto la lectura detallada de Jovellanos, el más significativo de nuestros ilustrados, quien en su Memoria sobre la Instrucción Pública no sólo no excluye la enseñanza de la religión en la escuela, sino que detalla cuales deben ser sus contenidos y sus métodos así como su lugar en el currículo, precedida del estudio previo y no condicionado de la ética civil.

Si en el plan de estudios de su modélico Instituto gijonés no figura la enseñanza de la religión es porque se trata de una institución de nivel ya secundario y principalmente orientada a los “saberes útiles”, que tratándose de Asturias no podían ser otros sino la geología, la minería, la náutica y la agricultura. Es decir, lo que hoy llamaríamos formación profesional de grado superior.

Sin embargo Jovellanos, católico profundo y sincero, de misa dominical como atestiguan sus diarios, hace el máximo hincapié en la necesidad de secularizar la enseñanza a todos los niveles, lo cual implica crear al efecto escuelas seculares y evitar el monopolio eclesiástico de la educación.

Lo que pudiera parecer paradójico no lo es. Por algo fue acusado de jansenista, lo que en aquella época se decía de todo aquel que pareciera hereje por no ser adicto a la filosofía escolástica ni a la teología tomista. [Él recomendaba que la enseñanza de la religión se basara en la lectura y cometario de las Sagradas Escrituras]. Siguiendo su liberalidad o amplitud de espíritu estudió a los autores prohibidos,  y se enfrenta al cardenal Lorenzana, arzobispo de Toledo, que le deniega licencia para que los profesores del Instituto gijonés puedan leer libros de la nueva filosofía y de la nueva física que la Iglesia había incluido en el Índice.

Lo que le importaba de una enseñanza secularizada es que fuera científica y que se abstenga de inculcar dogmas de ninguna especie. Es decir,  formar conciencia crítica; ser capaz de juzgar por uno mismo sin sumisión a los intérpretes.

Debe inscribirse por tanto en la mejor tradición liberal a los que sin propugnar una escuela laica al modo como hoy lo entendemos, propugnaron la enseñanza secular, antidogmática abierta a la actualidad científica y cultural, impartida en establecimientos públicos y por personal idóneo, avalado por su saber y no por la tonsura y el nihil obstat de la jerarquía eclesiástica.

Esta es la esencia de la laicidad; la apertura, el rechazo de todo sectarismo, tanto del fanatismo religioso como de su contrario; la afirmación de la tolerancia y la aceptación del pluralismo.

Esa tradición de laicidad es lo que alineó a la mejor tradición liberal con los defensores de la escuela pública.

El principal argumento que justificó siempre la aconfesionalidad de la escuela pública se deriva en cierto modo de su pretensión de universalidad; de querer ser la escuela de los hijos de todos los ciudadanos, donde todos puedan encontrar una enseñanza que no violente su conciencia. Por eso, de admitir en sus aulas alguna enseñanza religiosa confesional ésta ha de ser absolutamente voluntaria, tanto por parte del que la imparte como por parte del que la recibe.

No conviene olvidar que desde sus orígenes la escuela secular, pública, fue concebida también como punto de encuentro y convivencia de los hijos provenientes de distintas clases sociales, de distintas ideologías políticas y de diferentes confesiones o actitudes con respecto a la religión. Con ello se procuraba el mismo fin que se procura con la coeducación: Evitar los prejuicios; asumir mediante el hecho de la convivencia que la capacidad de aprender y del buen comportamiento no es propio ni exclusivo de ningún género ni de ningún estamento o grupo social, y a la vez enseñar a compartir unos sentimientos comunes de solidaridad, de respeto al legado histórico y de compromiso con el bien patrio.

Esos son los valores que se ponen en riesgo en la educación discriminatoria, elitista, o dogmática; es decir cuando se inculcan ideas de superioridad e implícita desvalorización de los otros —«legitimadora» de las desigualdades sociales—, o se hace creer a los educandos que ellos son los que poseen una verdad absoluta, mientras que los demás permanecen en el error, tanto o más detestable cuanto más se distancie de esa verdad indiscutible.

También hubo y hay ciertamente otro laicismo de raíz atea, y aun visceralmente anticlerical. Es el de quienes consideran que la religión ha de ser totalmente excluida de la escuela pública por ser un engaño, por ser intrínsecamente una forma de pensar retardataria,  y por ser el clero una institución nefasta obstructora del progreso científico y social. Cuando este tipo de laicismo se hace presente entre algunos de los liberales se subraya la antinomia entre ley eterna, ley natural, y/o mandamientos fundados en la revelación, frente a autonomía moral y soberanía autonormativa de la conciencia individual. Todo ello, sin que falten también los neoliberales-neoanticlericales, que siendo (y por serlo) sumamente conservadores en lo económico, se adornan con este signo de lo anticlerical que fue otrora seña de identidad de la burguesía progresista.

El caso es que aún repasando la ramificada gama de liberales, por unos u otros motivos, hallamos una tradición liberal de defensa de la escuela secular, razón por la que no deja de ser llamativo el que ahora se nos presente como hegemónico en la derecha española un neoliberalismo cuyo entusiasmo privatizador le lleva a desdeñar de hecho la enseñanza pública, a privatizarla por todos los caminos que enseguida veremos, y a favorecer cuanto puede la enseñanza privada, lo que en España significa inevitablemente favorecer sobre todo la enseñanza confesional.

Funcionariado docente: El colorario de la laicidad es el estatuto funcionarial de los profesores y la libertad de cátedra. Así es como se concibió al diseñar la escuela pública. Tenía que estar regida por empleados públicos a fin de que estos gozaran de independencia ideológica, no estando sujetos al arbitrio de ningún particular ni de ninguna entidad distinta del Estado, que por ser a su vez laico y neutral a toda idea de secta o de partido es quien puede garantizar la neutralidad o apartidismo de la escuela en cuanto tal.

Condorcet comparaba esta autonomía ideológica de los docentes de la escuela pública a la independencia del poder judicial. Se trata de que los docentes sean tan libres al explicar su materia como el magistrado al redactar la sentencia; sujetos al rigor científico como el magistrado está sujeto a la ley que debe aplicar, obedientes ambos en lo opinable a un criterio que vienen obligados a razonar y justificar.

Tanto o más importante es esa garantía de independencia en cuanto los profesores actúan, cuando así lo exigen los deberes de su oficio, como juzgadores del grado de saber alcanzado por los alumnos, o como examinadores de la idoneidad del candidato que pretende acceder a la docencia.

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Luis Gómez Llorente
Agosto 2008

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Luis Gómez Llorente

Se licenció en la especialidad de Filosofía Pura en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Complutense de Madrid. Cursó también estudios de Derecho. Impartió clases de Filosofía en el Instituto de Educación Secundaria «Virgen de la Paloma», de Madrid. En las elecciones del 15 de junio de 1977, Luis Gómez Llorente fue elegido Diputado por Asturias y reelegido nuevamente Diputado en 1979. Fue Vicepresidente Primero del Congreso de los Diputados durante la I Legislatura.

Su trabajo intelectual siempre se ha movido en torno a la defensa de la enseñanza pública en laicismo. Y como historiador del movimiento obrero y socialista, incontables son sus publicaciones en libros y artículos sobre estos temas y otros afines. Fue patrono fundador de la Fundación «Educación y Ciudadanía» de Fete-UGT.

Resumen: Miseria de la privatización, —secuestro de lo público—

El autor evoca la escuela pública como institución creada por la revolución liberal, analizando sus rasgos más esenciales: universalidad, gratuidad, laicidad, y carácter funcionarial del profesorado. Examina luego la critica socialista de la educación burguesa, resaltando la aportación de la social democracia al sistema educativo. Sostiene finalmente que las actuales tendencias privatizadoras del neoliberalismo implican la destrucción de aquellos rasgos venerables, y critica especialmente la política que encomienda a la gestión privada los servicios públicos.

Summarie / Abstract: Misery of the privatization, —public confiscation—

The author evokes the state school as an institution created by the liberal revolution, referring to its most essential characteristics: Being universal, free of charge, secular, and its civil servant teachers. Then he examines the socialist criticism of the bourgeois education, emphasizing the contribution made by social democracy to the educational system.

He finally maintains that the current neoliberal tendency to privatise the schools implies the destruction of all those venerable characteristics, and he mainly criticises the policy that entrusts the state school to the private management.