Extracto del artículo publicado en el nº 111 de la Revista Ábaco
Roberto García Sánchez
Psicólogo general sanitario, tutor y docente
Departamento de psicología clínica, psicobiología y metodología Universidad de La Laguna
El desarrollo de la adolescencia:
En la adolescencia se redefine ser personal y social a través de un proceso de formación del individuo que mueve los procesos de indagación, diferenciación del entorno familiar, sentimiento de pertenencia y sentido de vida (KRAUSKOPF, 1994). Esta situación se hace difícil en la actualidad, pues los adolescentes los generadores de los cambios culturales. Solicitan, para el mundo adulto, una reorganización de esquemas psicosociales que integran el establecimiento de nuevos modelos de autoridad y nuevas finalidades de desarrollo.
La adolescencia no es una simple transición. Esta forma de comprenderla era útil en los tiempos en que la pubertad suponía el billete directo a la adultez, pero a día de hoy esto ha quedado obsoleto. Tradicionalmente las fases del período adolescente han sido denominadas:
• Fase puberal (adolescencia temprana).
• Adolescencia media.
• Adolescencia tardía. Esta última es la fase final del período adolescente.
La adolescencia temprana se identifica como pre-adolescencia, si la acercamos a la normativa legal.
Las áreas más relevantes del desarrollo adolescente se dan en la dimensión intelectual, moral, sexual, social y en la elaboración de la identidad. Entre los 10 y los 14 años se produce la evolución del menor incidiendo sobre su proceso educativo. No se trata de secuencias estrictas, pues los adelantos y retardos de los procesos evolutivos dependen de las diferentes subculturas, la situación socioeconómica, los recursos personales, los niveles alcanzados de salud mental y desarrollo biológico, las interrelaciones con el entorno, y, dentro de éstas, las relaciones entre sexos y las relaciones intergeneracionales (KRAUSKOPF, 1999).
Las nuevas tecnologías como base de psicopatología entre adolescentes. Psicopatología del siglo XXI
La juventud es una fase en la que los adolescentes tienden a buscar sensaciones novedosas, no obstante, se encuentran familiarizados con las nuevas tecnologías y poseen los recursos tecnológicos necesarios para ello. El uso de Internet, videojuegos y dispositivos móviles es una constante entre este grupo y un porcentaje elevado de individuos presentan problemas con todo ello (ECHEBURÚA y CORRAL, 2010).
En el 2009, la Universidad Autónoma de Barcelona, hizo un análisis con 100 alumnos de entre 12 y 18 años, con la finalidad de establecer la percepción de riesgo que los adolescentes tenían sobre el uso de nuevas tecnologías. Según las investigadoras Espinar y López (2009), los jóvenes no detectaban problemas graves respecto a la implementación de las nuevas tecnologías. Consideraban tener la suficiente comprensión de su manejo, desempeño y usos, sintiendo confianza en usarlas y, además, lo describían como algo que les identificaba como grupo social.
Como dato interesante, Gutiérrez, Vega & Rendón (2013) dieron a conocer una agrupación de resultados de diversas investigaciones llevadas a cabo para conocer los usos de Internet y de la telefonía móvil.
En Europa y USA, la infancia está expuesta a situaciones de riesgo, especialmente de explotación sexual, donde se usan múltiples estrategias como el establecimiento de relaciones de confianza con los menores para obtener la información privada necesaria que permita futuros acercamientos presenciales. Cuando se obtiene el objetivo de “conquistar” al menor, la estrategia usada estriba en en el chantaje y el daño psicológico a la víctima.
La población infanto-juvenil es la principal víctima del uso indebido de Internet debido a la falta de control parental, la prolongación del tiempo de exposición y la falta de regulación de las autoridades, lo cual pone en riesgo a los infantes y adolescentes. Los peligros básicos están asociados al fácil y rápido acceso a la pornografía, imágenes, vídeos y juegos sexualizados y violentos, dando lugar a determinadas condiciones de vulnerabilidad social, que produce una serie de efectos en quien la ve: dependencia/adicción, desensibilización e imitación (GUTIÉRREZ, VEGA & RENDÓN, 2013).
La exposición de la vida privada de los individuos en las redes sociales es cada vez más común y los adolescentes suponen el máximo exponente de ésto, ellos convierten las redes sociales y los dispositivos móviles en herramientas para la socialización a través de imágenes y vídeos sin contar con el consentimiento de los demás y sin tener en cuenta las consecuencias de sus actos. El cyberbullying ha ido ganando más terreno entre los usuarios de las redes sociales Éste, al contrario que otras formas tradicionales de acoso entre iguales, es una nueva modalidad de violencia e intimidación entre jóvenes, debido a la creciente disponibilidad de Internet y de teléfonos móviles, siendo un comportamiento intencionado, repetitivo, hostil y dirigido a provocar daño (KEITH y MARTIN, 2005).
Las formas de maltratar a través de las nuevas tecnologías (Internet y el teléfono móvil) son múltiples y tienen la posibilidad de clasificarse en diversos tipos. Respecto a ésto Willard, en el 2006 (citado por FERNÁNDEZ, 2013), ofreció una categorización refriéndose a distintos tipos de violencia a través de las nuevas tecnologías que son consideradas acosos.
Otra señal de alerta, derivadas del uso inadecuado de dichas tecnologías, es la dependencia (adicción) tanto a las redes sociales como a los móviles y videojuegos. La mayor parte de adolescentes emplea una enorme cantidad de su vida diaria al uso de dispositivos y entornos de Internet.
Trastornos psicológicos del siglo XXI
Algunos autores han investigado un tipo especial de fobia al que han llamado nomofobia (CORRAL MUÑOZ, 2014), definido como “el temor patológico excesivo e irracional a no poder usar el teléfono móvil”. Siguiendo la misma línea, Bragazzi y Del Puente (2014) afirman que el término nomofobia nace del idioma inglés, dando lugar como resultado final a una contracción combinada de los términos no mobile phone (“sin teléfono móvil”) y phobia (“fobia”). En caso de ausencia del teléfono, sea voluntaria o involuntaria, se genera en el individuo un síndrome de abstinencia equiparable a la ausencia de una sustancia, que se caracteriza por la presencia de síntomas de malestar, ansiedad y nerviosismo (CORRAL MUÑOZ, 2014; BRAGAZZI y DEL PUENTE, 2014).
Al tratarse de un trastorno originado por la evolución y desarrollo de las TICs que permiten la comunicación de forma virtual, la nomofobia está considerada como un trastorno propio de la sociedad contemporánea, especialmente incipiente en aquellos nacidos en el siglo XXI. Sus características clínicas son múltiples y variopintas, según Bragazzi y Del Puente (2014) “el dispositivo tecnológico podría ser usado de forma impulsiva como una coraza o un escudo defensor, como un objeto transicional o como una forma de evadir la comunicación social”.
Autores como Bragazzi y Del Puente (2014), Corral Muñoz (2014), De-Sola Gutiérrez et al. (2016) y Vizer y Carvalho (2014) han demostrado que la excesiva conexión al teléfono móvil se relaciona con síntomas como, por ejemplo, problemas de sueño, ansiedad, estrés, consumo de sustancias como alcohol y tabaco, síndrome de abstinencia, nerviosismo, malestar, problemas para poder mantener el control de los impulsos y, en menor medida, con la depresión. Además Pascual Martínez et al. (2017) han evidenciado que las TICs dan lugar a efectos similares a las conductas adictivas como la sensación de alivio durante su uso o el malestar provocado por su ausencia.
Partiendodeunavisiónsalutogénica,seoriginan novedosas y múltiples descripciones de trastornos psicológicos y psiquiátricos como la nomofobia, es decir, el miedo patológico a no poder usar el teléfono móvil; el síndrome de la vibración fantasma o llamada imaginaria, lo que se traduce en una percepción alucinatoria del ruido o la vibración del teléfono; el FoMo, esto es, deseo mantenerse en conexión de forma permanente por miedo a quedarse fuera; el ningufoneo, es decir, ignorar a alguien en un ámbito social por prestar atención al teléfono (CHOTPITAYASUNONDH y DOUGLAS, 2016; CORRAL MUÑOZ, 2014; FUNDÉU BBVA, 2016; HAIGH, 2013; LIN et al., 2014; PRZYBYLSKI et al., 2013).
Se denomina síndrome de la vibración fantasma o imaginaria a la sensación de vibración del teléfono móvil sin que realmente ocurra. Tiene lugar en cualquier momento y se percibido de un modo sumamente real. Al individuo le resulta difícil comprender que esta activación del teléfono móvil sea una simple alucinación táctil.
Se cree que hasta el 80% poblacional ha experimentado el síndrome de la vibración imaginaria, aun cuando no se estima una enfermedad como tal. Sin embargo, si este síntoma está presente junto con otros patrones de conducta alarmantes, como excesiva dependencia de los medios digitales u obsesión con los mismos, sí podría conceptualizarse como un problema.
El cerebro reacciona ante los estímulos sensoriales, es decir, cuando se percibe un estímulo, los sentidos envían las señales correspondientes a través del sistema nervioso hasta llegar al sistema nervioso central, donde el cerebro procesa la respuesta pertinente para cada situación. Por ejemplo, si alguien toca la puerta del domicilio, el cerebro en pocos segundos decodifica la señal y comprende rápidamente que alguien está tocando y que debe o no abrir la puerta. En el caso del síndrome de vibración fantasma o imaginaria, todo apunta a que se debería a una especie de anticipación ante una respuesta deseada o esperada, pues corresponde a un estado de expectativa constante, frente al deseo de mantenerse conectado.
Cabe decir que la mayor parte de los individuos experimentan este síndrome sólo en ciertos momentos de sus vidas y suele coincidir con los mayores momentos de vulnerabilidad o sensibilidad emocional, o en situaciones de alto estrés o ante una sensación de malestar latente.
Algunos investigadores de la Universidad de Michigan han planteado la idea de que el síndrome de vibración imaginaria no es tan inofensivo como aparenta ser. En este centro universitario se llevó a cabo un experimento con 400 voluntarios, siendo todos ellos alumnos. Lo que buscaba el análisis era descubrir la relación existente entre el síndrome de la vibración fantasma y la ansiedad de apego. Los resultados del experimento confirmaron su hipótesis, comprobaron que los individuos con mayores puntuaciones en apego ansioso eran más propensos a experimentar el síndrome de vibración fantasma, pues esta forma de apego se caracteriza por un deseo permanente de sentirse reafirmado por los demás.
La adicción del siglo XXI
Respecto al riesgo de desarrollar una adicción no química (por ejemplo, Nuevas Tecnologías), es fundamental señalar que se muestra un cuadro clínico, similar al de otro tipo de adicciones (uso compulsivo, abstinencia, craving, recaída…). Un indicador relevante estriba en que la magnitud de los síntomas se incrementa gradualmente: se permanece muchas horas conectado y/o se pierde la noción del tiempo, si bien es necesario estudiar para determinar un límite temporal para diferenciar la utilización segura del uso adictivo; el joven es incapaz de interrumpir la conexión y se conecta, aún sin quererlo, argumentando con diferentes excusas o se conecta antes de lo habitual y durante más tiempo.
En primera instancia, es necesario conocer el sustrato neurobiológico particular en los jóvenes (CASEY & JONES, 2010), pues los convierte en dianas fáciles de las TICs o dicho de otra manera:
“Las TIC se desarrollan en el medio perfecto para que los jóvenes satisfagan sus cerebros adolescentes, sedientos de estímulos para un sistema de recompensa hiperfuncionante y con poco control inhibitorio, puesto que constantemente poseen estímulos nuevos y frescos, cargados de mensajes excitantes”.
Siguiendo este mismo argumento, las TICs tienen una característica magnética para el cerebro joven que se define por su propio uso, es reforzador en sí mismo. El uso de las tecnologías se relaciona con procesos importantes que ocurren en la vida de los adolescentes como, por ejemplo, el estilo de vida ocupado, la ciudad (donde cada vez viven más personas y hay menos espacios verdes), el recurrente ausentismo de los padres, el consumo de drogas de abuso, etc. Todos lo anterior son aspectos que empujan a buscar otros modos de diversión o de refugio, distracción, búsqueda de ayuda, búsqueda de amigos… que no requieran un gran esfuerzo, a los cuales se logre llegar con facilidad, es ahí donde las tecnologías ejercen su papel de enganche.
Las apuestas propias del siglo XXI
Los juegos de azar han llegado a ser una forma más de entretenimiento entre los jóvenes. Wiebe y Falkowsky-Ham (2003) se plantearon conocer el perfil de los jóvenes que participan en juegos de azar en Canadá. Para eso, encuestaron telefónicamente a 501 jóvenes de 11 a 16 años, incluyendo niños (51,2%) y niñas (48,8%), el 75% había participado a lo largo del año anterior en algún juego de azar y el 9,2% lo hizo por Internet.
El artículo completo está disponible en el número 111 de la Revista Ábaco.
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