Reseña publicada en el nº 114 de la Revista Ábaco

Francis Scott Fitzgerald
ISBN: 978-84-376-4325-0

Reseña por José de María Romero Barea
Profesor y periodista cultural

Invariable felicidad de (leer a) Francis Scott Fitzgerald. De camino hacia algo tan desconocido como inevitable, la heroína de «Bernice se corta el pelo» se desliza hacia una incompleta perfección, entre las fantasías de lo que sabe («A los dieciocho nuestras convicciones son colinas desde las que observamos; a los cuarenta y cinco son cuevas en las que nos escondemos»), y las realidades de lo que espera, ese cúmulo de acontecimientos que termina por desbordar sus expectativas («¡Cortemos la cabellera de los egoístas!»).

Funcionan como una serie de (pre)suposiciones, todas ellas defraudadas, las ambigüedades que articula «Regreso a Babilonia», en torno a la verdadera naturaleza de las relaciones: «¿Cuántas semanas o meses de absoluta disipación hicieron falta para llegar a ese estado de absoluta irresponsabilidad?». Se privilegia la construcción de conexiones frente a los estragos del abandono y la decepción: «[Charlie] Quería a su hija, y ahora pocas cosas valían la pena, aparte de eso. Ya no era joven, ni concebiría muchos sueños y pensamientos».

Con distintiva vitalidad, siempre nos deja con ganas de más la prosa de Francis Scott Fitzgerald (Saint Paul, Minesota, 1896-Hollywood, California, 1940). Amante de la concisión, el norteamericano es capaz de capturar un avatar con un par de observaciones, de comprimir en una oración una novela entera. Leemos como una celebración del oficio de escribir la colección de sus relatos La tarde un escritor (Cátedra ediciones, Edición de Damià Alou, 2021).

Inquietante es la relación doméstica, aparentemente disfuncional que gira, en torno al interlocutor innominado del cuento que da título a la colección, el cual charla y discute consigo mismo antes de que se apaguen las luces del texto: «Durante un minuto amó la vida enormemente, se le quitaron las ganas de renunciar a ella. Se dijo que quizá había cometido un error al salir tan pronto».

Se contemplan la familia, el dolor y la mortalidad como una forma, una más, de solipsismo: «Su aislamiento le conmovió, y supo que sacaría algún provecho profesional, aunque solo fuera en contraste con su progresiva reclusión y la necesidad creciente de hurgar en un pasado bastante explotado». En «La década perdida», una amenazadora melancolía provoca los líricos escalofríos que definen el espectro de una época, la de los años veinte del siglo pasado: «Lo único que quiero ver es cómo camina la gente y de qué están hechas sus ropas, sus zapatos y sus sombreros. Y sus manos y sus ojos».

Fantasmal es la capacidad de Orrison Brown de estar y no estar. Su indeterminación redunda en nuestra era distraída, insatisfecha, superficial. Se evoca, finalmente, nada menos que la eternidad en «El último beso», junto a una cotidianeidad trufada de impermanencia: «La sala, la noche, se habían vuelto estridentes: la mezcla de música y voces carecía de armonía, era aleatoria, y cuando examinó el local con la mirada solo vio celos y odios».

Estos apólogos del coetáneo de, entre otros, Gertrude Stein, Ernest Hemingway o John Steinbeck, culminan enmarcados por las comodidades y los logros de hombres y mujeres cuyas demandas de realización los conducen a un agotamiento físico y mental. Nos sometemos a las terapias de la literatura de FSF, sobrevivientes de un naufragio asistido por la presencia inexplicable de atmósferas imposibles de precisar, persistentemente dichosas.

Se sostiene el arte narrativo del miembro de la Generación Perdida sobre el precario entramado de preguntas sin respuesta, de aperturas que no conducen a finales definitivos, de inspiraciones que nunca logran trascender su condición de meras aspiraciones. Mientras las abordamos, nos mantiene la brevedad de las historias del autor de prolijas narraciones del estilo de El gran Gatsby, Suave es la noche, o A este lado del paraíso, suspendidos de una invariable felicidad.

Reseña publicada en el nº 114 de la Revista Ábaco