Marino Pérez Álvarez
Catedrático de Psicopatología y Técnicas de Intervención,
Departamento de Psicología de la Universidad de Oviedo

El título se refiere a tres paradojas, sin ser las únicas (véase en este mismo número el artículo de José Carlos Sánchez). La primera es si el giro hacia la felicidad no pone de relieve, en realidad, la infelicidad de nuestro tiempo. La segunda es si acaso la búsqueda de la felicidad trae, al final, más infelicidad. La tercera es si la ciencia de la felicidad consiste, después de todo, en cientificismo más que en ciencia propiamente. Se plateará cada uno de estos dilemas, si uno o lo otro, ya de alguna manera decantados a mostrar el efecto paradójico o irónico según el cual no es oro todo lo que reluce en la felicidad. A estas alturas de la ola de la felicidad y de su valedora la psicología positiva, tiene más interés iluminar el lado oscuro que seguir sacando brillo al oropel. No se trata de un prejuicio contra la psicología positiva y la felicidad, sino del pos-juicio que resulta de su estudio en publicaciones anteriores. Haciendo de la necesidad del espacio limitado virtud, el desarrollo será más expeditivo que argumentativo, a cuenta de las publicaciones que se citarán.

El giro hacia la felicidad: síntoma de los tiempos

El giro hacia la felicidad señalado por Sara Ahmed en La promesa de la felicidad y que nosotros hemos desarrollado en La vida real en tiempos de la felicidad, muestra cómo todo de pronto parece girar en torno a la felicidad (Ahmed, 2019; Pérez-Álvarez, Sánchez-González y Cabanas, 2018). Nada parece más valioso que la felicidad que uno tenga y las situaciones, las cosas y los demás nos proporcionen. Hasta se ha llegado a hablar de la felicidad interior bruta como medida de riqueza de las naciones. El giro hacia la felicidad se ha dado a principios de este siglo. Hace poco, por tanto. No es que antes la felicidad no interesara. De hecho, su interés viene de al menos hace 2500 años desde la época griega. No hay una fecha ni un único factor, pero a partir del año 2000 ocurren dos cosas: el lanzamiento de la psicología positiva y el comienzo de la gente a vivir en las redes sociales. Mientras que la psicología positiva viene a poner la vida en modo positivo proscribiendo el malestar y prescribiendo el bienestar (como si tal), las redes sociales ponen en circulación el «me gusta» como divisa de la época.

Por lo pronto, tanta insistencia en la felicidad debiera hacernos sospechar acerca de la infelicidad de los tiempos. Si la época estuviera rebosante de felicidad, no haría falta promoverla. Alguien se podría volver paranoico ante tanta conspiración para ser felices. Por qué ser felices, en vez de ser normales, abiertos a lo que depara la vida, o, como dice Slavoj Zizek, estar interesados, supuesto que si ya eres feliz qué más te va a interesar. El telón de fondo del auge de la felicidad tiene que ver con el creciente individualismo subjetivista derivado del neoliberalismo, lejos del individualismo liberal centrado en el autocontrol, la responsabilidad y la orientación de la vida más allá del momento. La felicidad viene a ser un paso más del subjetivismo consumista, hedonista, turístico, presentista. Se trata de un subjetivismo que se nutre del presente siempre a la caza de «pequeños momentos», busca la salvación de sí mismo en religiones seculares como minfulness y está ávido de emociones suaves. Todo suave, superficial, pulido, depilado, ligero, digital, «correcto», «genial», «me gusta».

Sin embargo, la psicología positiva y las redes sociales como baluartes del giro hacia la felicidad, no dejan de tener su lado oscuro. La psicología positiva viene a ser una versión del examen de conciencia donde ahora los pecados son los pensamientos negativos y las virtudes los pensamientos positivos. «Donde el calvinista combate pensamientos pecaminosos, el pensador positivo combate pensamientos negativos.» (Pérez-Álvarez, 2012, p. 185). Este escrutinio entre negativo (malo, pecado) y positivo (bueno, virtuoso) alcanza a las personas que terminan por ser divididas entre tóxicas y agradables. Estas últimas, quienes adulan, adoran y doran la píldora y aquellas, las demás. Entre las demás puede haber «pasados», «aburridos», «pelmazos», pero también quienes plantean cuestiones acerca de la verdad de las cosas más allá de las cómodas convenciones, acaso verdades incómodas. Estos también serían tóxicos. Lo cierto es que la felicidad y la verdad no van juntas. La verdad incómoda a veces hace pensar, duele, incomoda, conmueve, y gracias a eso mueve a hacer algo que puede cambiar un estado insatisfactorio de las cosas. Mientras que la felicidad no necesita nada más.

«…el giro hacia la felicidad quizá esté poniendo de relieve, más que nada, malestares de los tiempos que corren como incertidumbre, precariedad y la insatisfacción inherente a los bienes de consumo…»

Por su parte, las redes sociales, más allá de su obvia utilidad, revelan la envidia como el sentimiento que está en la base de las comparaciones que continuamente propician. La envidia es, en efecto, el «mecanismo» que media entre el uso continuado de las redes sociales y el malestar subsiguiente consistente en depresión, baja autoestima, insatisfacción, ansiedad y consumo de libros de autoayuda.

Al final, el giro hacia la felicidad quizá esté poniendo de relieve, más que nada, malestares de los tiempos que corren como incertidumbre, precariedad y la insatisfacción inherente a los bienes de consumo que siempre abocan a nuevos deseos. No se dejaría de recordar aquí la insatisfacción constituye el meollo de la sociedad de consumo (y por lo mismo la lógica del capitalismo) donde el deseo de los objetos prevalece sobre los objetos del deseo. Cómo una vez alcanzados, los deseos dejan de ser deseados, para dar paso al deseo de otros, en un curso continuo de deseo insatisfecho. Cómo la felicidad de un objeto recién comprado, típicamente, ropa (ropa, ropa y más ropa), dura un par de escaparates. Cómo el deseo de ir de compras llega a satisfacer tanto o más que las compras mismas.

Ni siquiera el bienestar está exento de insatisfacción. No en vano, se habla del «síndrome del bienestar» consistente en el esfuerzo por estar mejor que bien (Cederström y Spicer, 2015). Se refiere a la continua optimización de uno empezando por el cuerpo (dietas, salud, arreglos, mejoras) y terminando por el desarrollo personal (ser uno mismo, autorrealización, autodescubrimiento, reinventarse). A menudo la optimización del cuerpo coincide con la optimización del propio ser. Estar delgado, comer alimentos orgánicos, hacer deporte, tener actitud positiva, ser optimista, se han convertido en imperativos morales, la mayor ideología de nuestro tiempo.

El giro hacia la felicidad se puede entender como un síntoma de los tiempos revelador, más que nada, de la búsqueda de la salvación de sí mismo ante la insatisfacción e incertidumbre de un mundo que ya no parece manejable. Se trata de una salvación individualista subjetivista, en el plano del bienestar subjetivo, que tanto parece dar por buena la sociedad como resignarse a ella. La propia felicidad sentida y reportada por los individuos que dicen ser felices aunque no se les pregunte puede reflejar un mecanismo de defensa («felicidad defensiva») y la falsa conciencia consistente en la interiorización de la ideología del mercado, para el caso, la felicidad como un bien y producto más («commodity»; Cabanas e Illouz, 2019).

La búsqueda de la felicidad como factor de riesgo

La búsqueda de la felicidad puede ser un factor de riesgo para más insatisfacción, malestar, rumia, preocupación y, al final, infelicidad, en la medida en que mete a uno en una persecución sin fin. Algo de esto puede estar ocurriendo hoy en día formando parte del giro hacia la felicidad. Si mides todo, en cada momento, por la felicidad que reporta, tienes dos problemas, quizá tres. Tienes el problema de la situación o tarea que tengas entre manos. Tienes el problema añadido de la reflexión acerca de lo feliz que estás siendo. Si esto y lo otro te hace feliz, si todavía pudieras ser más feliz, si los demás lo son más. Sea por caso una fiesta. Mientras estás pendiente de lo feliz que estás, buscando momentos y bocados de felicidad, no estás plenamente en lo que estás. Mejor que ir a una fiesta a ser feliz, sería ir a una fiesta, sin más, lo que ya implica ir a divertirse, pasarlo bien, con las sorpresas que sea, imprevistos, distintos momentos, dilemas, reajustes, según vayan las cosas. Si, después de todo, algo no fue bien, tendrías un tercer problema: recuperarte de la expectativa rota.

Algo parecido podría pasar en otras tareas y asuntos. Sea por caso, ir a la escuela los niños cuando ya tienen inculcado ser felices, pasarlo bien, todo divertido. Si de ser felices se trata, los niños lo serían sin necesidad de ir a la escuela, jugando todo el día en casa o algo así. Sin que tenga que ser aburrido, pesado, tedioso, odioso, no todo en la escuela es divertido de espatarrarse, para pasarlo bien hasta cansarse, estar tan feliz que nada te interese. Se supone que sigue siendo importante la inquietud, la curiosidad, el ansia de saber, el esfuerzo, el trabajo. Si estás tan feliz, todo daría igual, qué más necesitas. La escuela, empezando por el recreo implica estar con otros, algunos de los cuales corren más, juegan mejor, tienen más amigos, son más populares. No faltarán conflictos, desencuentros, enfados, desenfados, ayudas mutuas.

El verdadero escenario de la llamada inteligencia emocional está en la ejercitación misma de las relaciones interpersonales, en vivo y en directo, empezando por el patio de recreo, no en la representación en diferido de una asignatura hablando de las emociones. En otro ejemplo, sea por caso una relación de pareja sometida al escrutinio de la felicidad que nos proporciona. Dejando ya de lado el hecho de que si estás pendiente de la felicidad no lo estás del todo de la relación misma, semejante escrutinio supondría convertir la relación en una especie de empresa cuyo balance fuera la felicidad, siendo la felicidad como es en nuestra época un sentimiento individualista, subjetivista, según me siento yo. Una relación bajo el balance de la felicidad sugiere que la gestión empresarial ha llegado al ámbito de los sentimientos.

Cómo la intimidad forma ya parte de la lógica de empresarial. No son casuales, ni neutras, expresiones como gestión emocional, optimización personal, capital humano. La autoconcepción de uno como empresario de sí mismo, con su perfil y marca personal, epitomiza la nueva servidumbre voluntaria consistente en la explotación de sí mismo. (Pérez-Álvarez et al, 2018).

No es que la felicidad no importe. La cuestión es que estar pendiente de lo feliz que eres no solamente distrae de la vida, añade reflexividad y supone servidumbre. La reflexividad (si soy feliz, si podría serlo más, etc.) puede además impedir lo feliz que uno pudiera ser como resultado del curso de la vida. La reflexividad, más allá de la clarificación y mejor conocimiento de uno, fácilmente trae el efecto irónico, paradójico, de impedir lo que se desea. Si estás pendiente de lo nervioso que te pones (si te estás poniendo colorado, si estás hablando bien), probablemente terminas por estar más nervioso que si te centraras en la tarea. Si estás pendiente de que no te duermes, contribuyes más al insomnio que a las posibilidades de que el sueño aparezca. Si estás examinando continuamente tu funcionamiento corporal (palpitaciones, análisis clínicos, chequeos), terminas hipocondríaco. Hapicondríaco sería aquél pendiente de lo feliz que es, obsesionado por escrutar sus estados internos en busca de aquello que necesita para sentirse mejor de lo que se siente (Cabanas, en este mismo número).

Los estudios al respecto muestran, efectivamente, que la alta valoración de la felicidad («sentirme feliz es muy importante para mí») da lugar a menos felicidad y a más decepción y soledad (Mauss et al, 2011; 2012).

Perseguir la felicidad puede ser tan o más paradójico que perseguir la propia sombra. Como la sombra, la felicidad siempre se desplaza hacia adelante. A diferencia de la sombra, la felicidad te puede complicar el camino con señuelos, ilusiones de tenerla atrapada, frustración. Al fin y al cabo, la sombra se mantiene a la par, mientras que la felicidad es escurridiza. Se podría pensar que los redactores de la Declaración de Independencia de EEUU se propusieron tener a la gente entretenida cuando promulgaron el derecho de perseguir la felicidad (pursuit of happiness).Tal parece que la clave fuera «perseguir», más que en hallar y tener. En la película En busca de la felicidad (dirigida por Gabriele Muccino en 2006), el protagonista repara en cómo Thomas Jefferson escribiendo la Declaración de Independencia, en aquel apartado que hablaba acerca de la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad […] supo poner la palabra «buscar» ahí en medio, como si nadie realmente pudiera alcanzar la felicidad. ¿Significa que la felicidad es algo que estamos destinados a buscar pero que nunca encontraremos?

«No es que la felicidad no importe.
La cuestión es que estar pendiente de lo feliz que eres,
no solamente distrae de la vida.
Añade reflexividad y supone servidumbre.»

El artículo completo está disponible en el número 99 de la Revista Ábaco.
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