IMAGEN: Francisco Xavier Balmis y Berenguer

Extracto del artículo publicado en el nº 116-117 de la Revista Ábaco

Pedro V. Frontera Izquierdo
Doctor en Medicina. Especialista en Pediatría.
Autor de artículos y libros sobre salud e historia de la medicina.

La importancia de la Real Expedición

Una de las gestas médicas más importantes de la historia de la medicina y la salud pública españolas fue la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna que, ordenada por el Rey Carlos IV, llevó la vacuna antivariólica jenneriana a los territorios españoles de Ultramar. Estuvo motivada por el espíritu de la Ilustración: la búsqueda del beneficio de la población en la totalidad del Imperio español. Iniciada en 1803, según José Luis Peset: «su expedición fue el más honroso acontecimiento de la medicina colonial española. Se asocian en su realización interés por la experiencia nueva, internacionalización de la salud pública y preocupación ilustrada por los vasallos». Un hito histórico, en que la España tardo-ilustrada afrontó un gran reto: la eliminación de una terrible enfermedad infecciosa como la viruela, que causaba una mortalidad enorme, a través de una novedosa medida preventiva. El papel de los niños en el éxito de la Real Expedición fue determinante, como portadores del precioso fluido vacunal.

El descubrimiento de América desplazó hacia las Indias occidentales una gran cantidad de colonizadores europeos, que penetraron en un inmenso territorio con un ecosistema diferente al euroasiático. La viruela era desconocida en América. Penetró en la Isla de la Española (la actual Santo Domingo) vehiculada por esclavos negros africanos infectados que llevó un barco portugués. Alrededor de 1520, la viruela pasó al continente. En una población sin inmunidad, las epidemias de viruela causaron una gran mortalidad, una catástrofe demográfica.

El origen de la expedición

Durante todo el siglo XVIII, las epidemias de viruela diezmaron a la población de Europa y América, pero la epidemia de 1802 en el Virreinato de Nueva Granada, causó enorme mortalidad. El Rey Carlos IV, que había perdido a su hija María Teresa a causa de la viruela, consultó a su Consejo, que en 1803 declaró la necesidad de difusión de la vacuna jenneriana en esos territorios y propuso una Real Expedición para llevarla a cabo. El objetivo era llevar «el eficaz remedio de la vacuna como preservativo de las viruelas naturales a todas sus posesiones».

El dramatismo de la situación exigía reacciones rápidas, pero el problema radicaba sobre todo en la financiación. Se decidió que los gastos corrieran a cargo de la Real Hacienda, aunque una vez llegara la Expedición a los territorios americanos pasaría a depender de las autoridades ultramarinas, que deberían financiarla con sus propios tributos. La Real Expedición tenía también un interés económico, ya que las epidemias diezmaban entre un 30 y un 50 % de la población, provocando daños en el comercio y la producción.

El director Balmis

El alicantino Francisco Xabier Balmis y Berenguer (1753-1819), fue cirujano militar, participando en el sitio de Gibraltar en 1780 y sirviendo después en América durante once años, sobre todo en hospitales de México.

Cuando Jenner dio a conocer su vacuna antivariólica, Balmis fue uno de sus primeros seguidores. Incluso tradujo un tratado francés sobre el tema, con un estudio introductorio del propio Balmis dirigido «a las madres de familia», y que refleja sus sólidos conocimientos de vacunación. A sus 50 años de edad, con una amplia experiencia americana, con práctica en la vacunación jenneriana y con unas cualidades personales de dotes de organización y mando, recibe el nombramiento de director de la compleja Expedición.

La vacuna de Jenner

Los intentos de frenar las epidemias de viruela comenzaron con la llamada variolización, que se mostró poco eficaz. La creación de una efectiva prevención se debe a un arriesgado experimento de Edward Jenner (1749-1823), un médico rural inglés con ideas ilustradas que utilizó el método científico en la experimentación, comenzando con la observación de los fenómenos que ocurren en la realidad inmediata. Observó que, de manera repetida, entre las jóvenes lecheras que se habían contagiado las manos al ordeñar las vacas que padecían la enfermedad variolosa benigna de esos animales, el cowpox, ninguna padeció después la terrible viruela humana, el smallpox. Adquirían lo que se denominó mucho más tarde inmunidad cruzada.

En mayo de 1796 Jenner inoculó por escarificación cutánea en el brazo de un niño sano, James Phipps el hijo de su jardinero, el fluido de las pústulas de las manos de una vaquera, que a su vez las había contraído ordeñando vacas que padecían la viruela benigna. Los así «vacunados» sufrían una breve enfermedad febril con aparición de pequeñas vesículas cutáneas, de la que se recuperaban rápidamente y quedaban protegidos de por vida contra la viruela. El líquido de las vesículas que aparecían en el brazo del «vacunado» servía para inocular a nuevas personas.

Jenner publicó sus hallazgos en 1798. A pesar del rechazo inicial de la medicina oficial inglesa, su obra se tradujo enseguida a varios idiomas y la vacunación de Jenner se extendió rápidamente. Ya en 1800 Francisco Piguillem vacunó en Cataluña y al año siguiente Ruiz de Luzuriaga e Ignacio Jaúregui en Aranjuez.

¿Por qué eran necesarios los niños?

La difusión de la «vacuna» dependía de la buena conservación del «líquido vacunal» que se inoculaba, el procedente de las vesículas cutáneas. Se intentó transportarlo en un hueco entre dos cristales, sellando las juntas con cera para que no escapara. Pero si el viaje era largo el líquido se secaba, quedaba inactivo y la vacunación fracasaba. Otra posibilidad era transportar a las propias vacas variolosas, pero su gran tamaño y el forraje que precisaban lo hacían inefectivo.

Solo quedaba el transporte «in vivo» del fluido vacunal en las vesículas del brazo del vacunado, que tenía un ciclo de 9 días después de la inoculación. Pasado este tiempo las pústulas curaban, quedaban secas, y había que utilizar el fluido que aparecía en las vesículas de un nuevo vacunado. En esa cadena humana se podían calcular los niños que se necesitaban para su conservación según la duración de la travesía marítima. El niño ya vacunado y después secado ya no quedaba útil para la cadena de transmisión.

Pero, ¿por qué niños y no adultos? También los adultos podían servir, pero era imprescindible el conocer con seguridad que no hubieran padecido ya la enfermedad y hubieran sobrevivido, ya que en este caso estaban inmunes. En los niños era más fácil saber si habían padecido o no la viruela. Se prefirió a los niños mayores de 8 años y fuertes, para poder soportar una aventura peligrosa y los «mareos, vómitos y demás accidentes ordinarios en las navegaciones».

Los niños expósitos en la España ilustrada

Fue difícil el conseguir los niños para la Real Expedición. Obligó a reclutarlos en las Inclusas, entonces superpobladas, y también de las familias pobres o desestructuradas.

El niño, el elemento más débil de la sociedad, históricamente ha sido el más vulnerable. Los niños abandonados, incluso desde el nacimiento, bien por la pobreza de los padres o por ilegitimidad, fueron un problema de enorme magnitud. Había que evitar que «dexándolos en la calle y puertas murieran de frío y hambre o comidos por los perros». Primero las medidas caritativas de las órdenes religiosas y después las reformas del Estado iniciaron actuaciones como la creación de Hospicios o Inclusas para acoger a los Expósitos. La Iglesia creó fundaciones y albergues. El arzobispo de Toledo fundó en 1494 el Hospital de Santa Cruz para niños expósitos y muchos cabildos catedralicios también lo hicieron en ciudades importantes. La Corona apoyó esta empresa, Carlos I la fundación del Hospital de niños expósitos de Burgos y Felipe II la Inclusa de Madrid, ya en la segunda mitad del siglo XVI. Sin embargo, las condiciones eran malas y la mortalidad elevada: entre un 70 y un 80 % morían antes de los 3 años de edad.

En 1847 el higienista Pedro Monlau estudió la Inclusa de Madrid y halló que desde 1787 hasta 1843 ingresaron 65.800 niños, de los que fallecieron 54.847. Los próceres ilustrados como Jovellanos o Floridablanca intentaron dar mayores recursos económicos a estas instituciones.

La preparación de la Expedición

La Expedición necesitaba bastantes niños, «prefiriendo los expósitos donde los haya». A cambio de ceder a los niños, la Corona prometía que «serán bien tratados, mantenidos y educados hasta que tengan ocupación o destino donde vivir». Pero no fue siempre así. Los niños, además de sufrir las largas travesías marítimas fueron maltratados en muchas ocasiones. Ya en América, las autoridades locales tenían la obligación de mantenerlos y debían devolverlos a la península a costa del Real Erario, o bien «sean mantenidos y educados en Yndias».

Se decidió que la Expedición partiría de La Coruña, pero se ordenó que:
«Por no haber seguridad de que se halle introducida en Galicia la vacunación, ha resuelto S.M, que de la Casa de los Desamparados, de la de Expósitos y de cualquier otra pública de Madrid donde se encuentren niños que no hayan pasado viruelas se saquen a elección de Balmis los que basten para los dos viajes de tierra y de mar».

El artículo completo está disponible en el número 116-117 de la Revista Ábaco.
Pincha en el botón inferior para adquirir la revista.